Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

lunes, 31 de diciembre de 2012

Dos temas de los que (no) quería hablar...

Yo, que presumo de espíritu libre, de ir a mi bola, como dicen los modernos, de pasar de topicazos y buscar siempre lo original, me había prohibido a mí misma hablar aquí de dos cosas. Una, el supuesto fin del mundo. Con lo jugosito que es el tema. Podría haber contado algo sobre los mayas, o el señor Nostradamus, o que el Papa ya había anunciado que de final nada, y ya sabéis que lo que diga el Papa va a misa (chistaco). O podría haber contado que mis alumnos se pasaron el día 21 diciendo que íbamos a morir todos, que ya venían el meteorito, la ola gigante y los marcianos, que de tanto decirlo a mí ya me estaban dando ganas de que el martirio de escucharles terminara pronto, por Dios. Pero no lo conté. La otra cosa de la que me había prohibido hablar era la Navidad. ¿Qué contar de ella que no hubiera sido dicho ya? Era tan difícil encontrar algo nuevo, que me dije que pa'qué aburrir a nadie. Pero me he decidido a llevarme la contraria a mí misma. Lo sé, James Dean lo aprendió todo de mí...

viernes, 21 de diciembre de 2012

Medio ángel, medio demonio

Soy una persona afortunada. Así lo digo, con rotundidad, que en estas cosas no dudo. De salud, gracias a Dios, muy bien. Familia, siempre a mi lado. Amigos, los justos, pero de los buenos. Amor, depende del momento; se puede decir que sigo buscando, como mucha otra gente. Y encima trabajo en lo que adoro. Ya se lo vaticinó a mi madre el médico que me vio venir al mundo: "Su hija será una persona afortunada" Esto tan bonito lo dijo porque nací en martes y trece, y supongo que fue para quitarle hierro a la dichosa superstición. Pero me gusta pensar que tuvo alguna razón más profunda para decirlo, un pálpito. Yo soy así de espiritual, qué le voy a hacer. Ahora, no os vayáis a pensar que vivo permanentemente en Los mundos de Yupi, que tan repipi y súper happy no soy. Como todo hijo de vecino, hay días en los que salgo del trabajo más cabreada que una mona. La semana pasada, sin ir más lejos.

sábado, 15 de diciembre de 2012

No digas (muchas) palabrostias...

Había una vez una niña muy estudiosa que aprobaba todos sus exámenes y que se portaba muy bien. Era dulce y muy maja, la verdad, y siempre ponía una sonrisa a todo. Y tenía muy buenos modales, por supuesto. Hola, buenos días, gracias, por favor, y cuando había que protestar, como mucho soltaba jopé. Un amor, vamos. Un poco repollo, si me apuras. Pero un día se dio cuenta de que el repollo se había ido. Había salido la bestia que llevaba dentro. Bueno, qué leches, que el mundo la había hecho así. No hace falta que diga a qué niña me refiero, ¿no?...

domingo, 9 de diciembre de 2012

Frío y Kevin Bacon

Este fin de semana pasado hizo un frío del carajo. Odio el frío, no sé si lo he dicho alguna vez. Se me hielan los pies. Me duelen las manos. Voy encogida de un lado a otro, envuelta en un abrigo que oculta todas mis femeninas curvas (jeje), y me lanzo al primer radiador que encuentro cuando llego a mi destino. Que digo yo que cómo lo harán los rusos para no morir en el intento. El otro día le comenté a mi familia, así, dejándolo caer, que, si alguna vez se les ocurre regalarme un viajecito a algún destino exótico (por pedir, que no quede...), que por favor no me manden a Rusia. O les retiro la palabra para siempre. Y punto. El frío me pone de una mala leche... 

domingo, 2 de diciembre de 2012

"Perdona,¿estudias o trabajas?" y otras historias de ligoteo (II)

Definitivamente, no soy la persona más indicada para dar consejos. Sobre nada. Así que prefiero que no me los pidan, que me ponen en un compromiso. Me cambia la cara, lo prometo. Se hace un silencio incómodo, y entonces empiezo con mis frases a medias: "Puessss...  No seeeeé... Estooooo... Yo creo que... En mi opinión... Pero, vamos, que no soy la más indicada..." Yo aviso, para que luego no me vengan con reclamaciones. Mis consejos nunca llevan garantía. Si quieres los comes, y si no, los dejas. Lentejas en estado puro. 

domingo, 25 de noviembre de 2012

De padres a hijos

Creo que he contado ya alguna vez que mi padre me enseñó a nadar. Yo estaba yendo a clases de natación, pero me daba mucho miedo y no había forma humana de que me lanzara al agua, siempre dejaba pasar al resto de niños delante de mí en la fila y yo no metía ni el dedo gordo del pie en la piscina. La verdad es que cuando era peque me dio alguna que otra fobia de éstas, como cuando me subía al columpio más alto del parque, que tenía una barra en medio para deslizarse por ella como los bomberos, y me quedaba allá arriba, mirando la barra y sin moverme. Así un día tras otro, siempre me subía a aquel columpio y miraba hacia abajo, con miedo a lanzarme por la barra, pero aún así empeñada en subir. Y mi padre se quedaba abajo, pacientemente, esperándome. Hasta que un día me lancé.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Misterios de los psicotécnicos

Ha llegado el momento de hacer una confesión. Sabía que llegaría este día, no os preocupéis, me he estado mentalizando. Venga, va, lo digo: ya me ha tocado renovar el carnet de conducir. Mis primeros diez años como conductora autorizada. ¿Y qué tiene esto de confesión? Pues que no he cogido un solo coche en estos diez años. Ya lo he dicho, os podéis reír, no pasa nada. Nunca he tenido coche. Razones ha habido varias, pero principalmente, que cuando me saqué el carnet no tenía dinero para comprármelo, y cuando ahorré, no me pareció una prioridad. Seré un bicho raro, no sé. El caso es que el otro día fui a hacerme el psicotécnico. Que me lo pensé y todo, no os vayáis a creer. Porque renovarse algo que no se usa, escuece un poco, lo admito. Pero bueno, allá que fui...

sábado, 10 de noviembre de 2012

La princesa no quiere que la rescaten

Definitivamente, hablar está sobrevalorado. Así, sin paños calientes. Se aprende infinitamente más observando y escuchando. Pero escuchando de verdad, no haciendo como que sí, mientras tu mente se separa de tu cuerpo y le dice "Ahí te quedas". Admito que a mí esto me sucede mucho, me cuesta ser una buena oyente. Soy como los niños, que necesitan que les "enganches" para que te presten atención. También es verdad que el mundo necesita buenos oradores, que muchos no hay, pero eso es otro asunto.

Buenos o malos oradores aparte, hace tiempo que me he dado cuenta de que se aprende muchísimo escuchando a los niños y a los adolescentes. Nooooo, no me he vuelto loca...

lunes, 22 de octubre de 2012

"Perdona,¿estudias o trabajas?", y otras historias de ligoteo (I)

Antes de nada, pido disculpas por anticipado a todo aquél o aquélla que se pueda sentir ofendido por mis palabras. Sobra decir que nada más lejos de mi intención el molestar a nadie, que todo lo que escribo aquí son opiniones personales, historietas del día a día, y por supuesto, sin trascendencia ninguna, faltaría más. Simplemente las cuento para compartirlas, que las alegrías y las penas, en compañía saben mejor. Qué pasa, ¿vas a insultar a alguien?, se preguntará alguno/a. Qué va, por Dios, es sólo que me apetece hablar de temas de ligoteo, y sé que a veces es algo delicado...

viernes, 12 de octubre de 2012

Correr es sexy

Resulta que ahora hago footing. Bueno, footing no, que esa palabra dicen los ingleses que no existe. Hago jogging, o running; vamos, que salgo a correr. Y teniendo en cuenta que llevaba unos cinco años sin hacer deporte ni medio en serio, es un gran logro. No, no, ahora que lo pienso, sí he hecho deporte medio en serio no hace mucho. Pero claro, llamar deporte a apuntarme al gimnasio y pisarlo seis veces en dos meses, me parece echarle demasiado morro. Posiblemente ha sido el paso más fugaz de todos los tiempos por un gimnasio. Visto y no visto...

sábado, 29 de septiembre de 2012

No me digas que los ángeles no existen

Siempre fui una niña un tanto miedica. Por qué no decirlo, lo confieso. La oscuridad era superior a mis fuerzas, me asustaba cualquier ruidito que escuchase de noche, imaginaba todo tipo de criminales entrando en casa y andando por el pasillo, a oscuras, sin tropezarse los muy jodíos (ups). Miraba hacia la puerta y creía verlos allí, y entonces me escondía debajo de las sábanas, corroborando la creencia universal de que las sábanas le protegen a uno de todo mal, que no sé de dónde leches hemos sacado esa teoría, pero el caso es que el 99 % de nosotros lo creemos firmemente. Y así me tiré hasta que cumplí no sé cuántos, y descubrí que dormir es algo maravilloso y uno de mis grandes hobbies, por cierto.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Y se hizo la luz

Hace unos cuantos años ya, cuando era más joven (si cabe), me dio por las frases célebres y los proverbios. Ya está aquí la pirada, diréis. Pues sí, pero ya no tengo remedio. Tanta tabarra di en casa, que mis padres me compraron un libro llenito de frases de ésas, probablemente con la esperanza de que se me pasara la tontuna, pobrecillos. Y tenían razón. El libro acabó guardado en el armario (uno más de tantos), y a mí seguro que me dio por alguna otra cosa, pero vete a saber qué, porque ya os digo que de esto hace un tiempecito largo.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Karma

Hubo una época en que llevaba mochila, me ponía la carpeta en el pecho y decía "Jo, tía". Por aquel entonces, todavía no había Whatsapp y se bailaban las canciones de King África en la discoteca. Vaya marcha, ¿eh? Recuerdo que me sentaba la primera en clase, muy empollona yo, y que me gustaba un amigo mío muuuuuy guapo que iba para bombero y no sé qué hizo al final, algo de delineante, creo recordar. Qué tiempos... Y recuerdo lo mucho que sufrí con una asignatura en especial, la dichosa física, ésa de los dos trenes que salen siempre de Barcelona y de Madrid en sentidos contrarios, y de los que había que averiguar dónde leches se encontraban, que digo yo que pa'qué narices había que calcularlo, que a mí me gusta viajar y no me preocupo de dónde me cruzo con el Cercanías que viene en la otra dirección... Qué manía la cogí, por Dios.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Terapias de choque

De culo y contra el viento. O de culo y cuesta abajo, como prefiráis. Así es como siento a veces que va el mundo. Es mi deber advertir de que la parrafada que voy a soltar a continuación, probablemente sea fruto de una pequeña crisis existencial mía, nada serio (espero). Dicho esto, prosigo, que había nombrado dos veces la palabra "culo" y me tengo que explicar.

domingo, 26 de agosto de 2012

Atascos, vecinos y por qué no pude aguantarme la risa (II)

Bueno, ¿por dónde iba? Hmmm... Ah, sí, ya me sitúo. Con estas pintas aparecí yo en la puerta de mi pobre vecina inundada, pero no era la única que estaba allí ni la última que llegaría... 

Menudo percal el que me encontré al bajar. Medio bloque allí reunido. El alquilado, más cabreado que una mona, porque supuestamente le habían insultado, subiendo y bajando las escaleras, sin saber muy bien si meterse en su casa o seguir defendiendo su honor delante de todos. La hija de la dueña del piso que se había convertido en charca (pobres, qué panorama), discutiendo acaloradamente con la dueña del piso alquilado, que se había presentado para evaluar daños y perjuicios, y ya de paso, todo sea dicho, defender su impunidad en el asunto. Que ella no era responsable de nada, decía la mujer, que en el momento en que uno alquila su casa, se terminan sus obligaciones. Pues no es por meterme, señora, pero no me parece ni medio bien. Bueno, mi opinión no cuenta, que esto es una narración objetiva, disculpe usted. Mientras, unas cuantas vecinas de esas que se lanzan a ayudar cuando surge la necesidad, achicando aguas (residuales, recordad), fregando y soportando olores no precisamente florales. Alguna iba sin zapatillas, que no era plan de manchárselas de mierda, que eso luego no sale (digo yo). Dos pobres chavalines del segundo (que también había sufrido los efectos del atasco), sacando los cubos y bajándolos por las escaleras, para que luego digamos que los adolescentes son unos insolidarios. Y mientras, la discusión alquilado-vecinos hasta las pelotas, continuaba. Que si tú me has insultado, que si eso no te lo crees ni tú, que si a mí no me insulta nadie, que si estamos hasta los mismísimos de ruidos...

Total, que en esto va y se presenta la policía. No sabían ni quién les había llamado. Por lo visto, había sido el alquilado, que se sentía herido en lo más profundo. Y claro, cuando preguntan qué ocurre y se dan cuenta de que todo se reduce a un atasco, se quedan de piedra. Normal, la policía no desatasca bajantes. Ni saca mierda en cubos. Así que allí estaban los pobres, intentando poner un poco de paz en aquel gallinero, diciendo que no era para tanto, hombre, que eso lo solucionaba el seguro y no hacía falta pelearse... Pobres, nadie les dijo cuando se sacaron la oposición que lo más peligroso del mundo son las comunidades de vecinos. En fin, que yo ya no sabía cuánta gente había en aquella casa empantanada.

Y suena el ascensor. Se para. Todo el mundo allí reunido en el descansillo, en pijama, entre mierda y hablando a voces. Se abre la puerta. Yo me giro, y sale un señor mayor, de unos 60 años. Pelo blanco, mirada inocente y mono azul. Profesión: fontanero. De la casa, no del seguro de la comunidad, nos enteraríamos después. El hombre se nos queda mirando, asombrado de encontrar a tanta gente en un sitio tan pequeño, a esas horas y con ese olor. Prepara su intervención. "Hooooooola" Sin más. Por si alguien sabe quién es Ned Flanders, le diré que el tonillo con que saludó fue como el suyo. Parecía Miliki el hombre, le faltó decir "¿Cómo están ustedes?"  Y ahí ya me dio la risa. No lo pude evitar, fue demasiado para mí. Si alguien me hubiera dicho que eso era el camarote de los hermanos Marx, me lo hubiera creído.

Total, que el pobre fontanero, al que he decidido llamar el señor Miliki, entró en la casa a comprobar los daños. Luego resultó que él no venía del seguro de la comunidad, así que el atasco no estaba en su jurisdicción (siempre he querido decirlo). La policía consiguió su objetivo, calmar los ánimos de los afectados, y se fue de allí con el orgullo y la satisfacción del deber cumplido (¡olé!). Yo, que estaba fuera del alcance de las aguas residuales (que una es cotilla, pero no tanto) me di por vencida y me senté en las escaleras, que eran las tantas y las emociones me habían dejado hecha polvo (¡qué juventud!) Y dentro de la casa, la hija de la dueña le pregunta al señor Miliki que si le manda por mail las fotos de cómo estaba el baño recién inundado, con patos y todo, a lo que el buen hombre le responde que no, que mejor se las mande por Whatsapp. Efectivamente, yo también pensé que había escuchado mal, que no podía ser que el señor Miliki usara de eso, y menos para tratar cuestiones de mierda (literalmente) Pero la realidad supera a la ficción, ahora lo sé con absoluta certeza, y después me confirmaron que sí, que aquel hombrecillo Whatsappeaba. Toma ya.

En fin, que la cosa se calmó, todo el mundo se fue a su casita a descansar, que mañana sería otro día, y los afectados llamaron al seguro de la comunidad, que a las doce y pico o la una de la mañana estaba el pobre fontanero desatascando la mierda, muy profesional, pero seguro seguro que no tan divertido como el señor Miliki. Como habréis podido comprobar, yo fui una mera espectadora, llamadme cobarde o insolidaria si queréis, pero es que para quedarme con todos los detalles de la historia necesitaba poder moverme con libertad, entrar y salir, sin llevar caca en las manos a ser posible, un espíritu libre, vamos. Ahora tienen que arreglar los pisos dañados y todo lo demás, esperemos que la cosa termine bien y sin olores.

Y esto es todo (amigos). Sé que no era una comedia, que encontrarte tu casa llena de agua marrón no es plato de gusto. Pero ahora que sabéis los detalles, espero que me perdonéis y podáis entender por qué esa noche no pude aguantarme la risa...

sábado, 25 de agosto de 2012

Atascos, vecinos y por qué no pude aguantarme la risa (I)

De verdad, de verdad, de verdad que no debería reírme. Lo sé, no creáis que no. Es de mala educación reírse de los problemas ajenos, eso lo sabe todo el mundo, aquí y en la Cochinchina, pero no lo puedo evitar. Es que anoche fue demasiado. Era una situación tan surrealista, que me fue imposible. Pero empecemos por el principio.

 La historieta que os voy a contar no se puede entender sin mencionar antes de nada que vivo en un sexto, y que mi vecina del cuarto se mudó y desde hace un tiempo alquila su casa. ¿A quién? Pues a nadie en particular, gente que va y viene y a la que no le da tiempo a establecer lazos con ningún otro vecino (hilos rojos, ¿recordáis?) El quid de la cuestión es que vivir en comunidad es muy difícil, y el que piense que esto es una gran chorrada, que se vea la serie La que se avecina, con la que, por cierto, me parto el culo (con perdón) Y como es tan difícil, pues a veces metemos la pata. Hacemos demasiado ruido por la noche, o demasiado ruido por la mañana, o a la hora de la siesta, o tendemos la ropa sin escurrir y mojamos la del vecino de abajo, o qué sé yo, otros mil incumplimientos de lo que comúnmente se conoce como normas de civismo. Y encima, si llegas nuevo a un grupo tan cerrado como lo es un bloque de vecinos, en el que todo quisqui se conoce desde hace años, y sabe de qué pie cojea cada uno, estás en desventaja. Así que es muy fácil meter la pata y cabrear a los demás.

A lo que iba, como este piso se alquila cada dos por tres, pues cada dos por tres llega gente nueva, con costumbres nuevas, y en general, demasiado ruidosas. Así que, los que viven en el piso de debajo, están hasta las pelotas (cada cosa por su nombre).

Bueno, pues anoche la situación explotó: se atascó una bajante. ¿Cuál? ¿Os suenan las Leyes de Murphy? ¿Eso de que la tostada siempre cae por el lado de la mantequilla, o que el teléfono siempre suena cuando nos metemos en la ducha? Pues en el caso particular de las bajantes, el listo de Murphy dice que, de las dos bajantes que hay en los bloques de vecinos, se atascará la del baño. Mierda. Nunca mejor dicho. Y claro, ¿a quién se le inundó el baño? Efectivamente, a los que están hasta las pelotas de los de arriba. Pinta mal, ¿eh?

Yo estaba muy tranquila en mi casa, en pijama, viendo una serie a la que me he enganchado (por cierto, soy muy de series, no sé por qué...), cuando sonaron voces muy altas, discutiendo. Salí al descansillo, me asomé y vi a gente chilllando. Olía a baño, no a baño limpio, sino a baño de bar, que no es por criticar los bares, pero la mayoría tienen ese olor particular, mezcla de pis y desinfectante. Alguien había cortado el agua, además. Sin avisar, con el calor que hacía anoche, por lo menos 30 grados a las once. ¿Y qué hace todo buen vecino que se precie cuando oye jaleo y se aburre? Claaaaaaro, baja a ver qué pasa. Pues eso, que bajé...

En pijama, recordad. Zapatillas de estar por casa. Melenaza recogida en un moño de esos que te haces cuando piensas que pa'qué peinarse, si total estás en casita y nadie te va a ver (craso error, está claro...) Con estas pintas aparecí yo en la puerta de mi pobre vecina inundada, pero no era la única que estaba allí ni la última que llegaría...

jueves, 23 de agosto de 2012

Grandes oportunidades

Esta tarde he ido de compras. Bueno, comprar, lo que se dice comprar, no he comprado nada. Ni un euro me he gastado. Vaya chasco, con lo preparada que iba yo para soltar unos dinerillos en un vestidito. Cosas de chicas, dirán algunos/as. Pues sí. En fin, a lo que iba.
Resulta que, como buena ciudadana de la sociedad de consumo que soy, fui atraída por un supuesto chollo: una conocida empresa española de ropa y de los complementos que surjan (y no doy más datos, que esto no es una valla publicitaria, jaja) ofrecía el oro y el moro a sus fieles clientes, bajo la promesa de que todo lo que hubiera en dicha tienda llevaba un descuento de hasta (esta palabra es muy importante) el 70 %. Tienda de Grandes Oportunidades, la han llamado. Guaaaaau. Da la casualidad de que, además, la tienda la han abierto en el local de otra en la que trabajé yo un verano. Qué recuerdos... Así que, allá que me fui, a las cinco de la tarde, con todo el sofocón de la ola de calor subsahariano que nos está achicharrando (El hecho de salir de casa a esas horas y sin importar freírse en plena calle ya demuestra las ganas que tenía yo de un nuevo modelito...)

 Total, que llego allí, entro, y me encuentro con el percal. La empresa, que tantos y tantos años ha defendido una imagen de clase y estilo (que no lo digo yo, se ve en los anuncios con los que todos los años nos bombardean), ha cogido este local (gigante, por cierto), y lo ha utilizado para almacenar, sin orden ni concierto, las mil y una prendas que no ha habido forma de vender. Vamos, lo que sobraba. Ya decía yo que la oferta era demasiado bonita para ser verdad, pero claro, de ilusión también se vive.

Así que me paseé un rato por entre carros y carros de vestidos a 3 euros, chaquetas del año de Maricastaña y demás, haciendo un mísero intento de encontrar algo que me gustase, pero qué queréis que os diga, si tengo que rebuscar para comprar, se me quitan las ganas. A mí que me lo den bonito y colocado. Exquisita que es una.

Estaba yo allí flipando con la paciencia de muchos/as para hallar el tan ansiado chollo, y mientras sonaba en el hilo musical una canción de La Pantoja (lo juro, bueno, jurar no, que dicen que es pecado, y de esos ya tengo unos cuantos), pensaba yo en mis cosas, vaya novedad.

Primera reflexión: somos unos veletas de aúpa. La especie humana, quiero decir, o mejor dicho, los que vivimos para consumir. Resulta que hace, pongamos, seis meses, un vestido feísimo, pero feo feo de verdad (con avaricia, que me hace mucha gracia esa expresión), costaba 120 €. Lo veías colgado en su percha y pensabas que ya hacía falta ser hortera y derrochadora para gastarse semejante pastizal en una cosa tan fea. Vale. Pasan esos seis meses, y el vestido deja de valer un riñón, y cuesta 36 € (descontándole el 70 % prometido, que he sacado la calculadora y todo) Bueno, pues el vestido reaparece en tu vida, como dándote una segunda oportunidad, y te lanzas a sus brazos (mangas) como una loca. ¿Quiere esto decir que la fealdad iba unida a lo carísimo que era? ¿Sigue siendo feo, pero qué más da, que hay que ser gilipollas para no aprovechar un ofertón como ése?... No he conseguido obtener una conclusión al respecto.

Segunda reflexión (es que a mí, pasear entre ropa me da para mucho): Que digo yo una cosa.  Qué efímera es la vida... Un día estás en lo más alto y al siguiente te rebozas en la mierda. Por ejemplo: ves el par de zapatos más fashion de la tienda. Las mujeres se pelean por probárselos. Imploran por que el dependiente tenga su talla. Y si no la tiene, da igual, una menos, que los pies amorcillados tampoco están tan mal. Pagas lo que sea por ellos, que son lo último de lo último, que los lleva la modelo ésta que va siempre tan mona ella, cómo se llama, bueno, no importa. Te los llevas puestos y te paseas por el barrio como si fueras la reina, saludando con la mano y sonriendo, qué felicidad. Pasan dos, tres meses. Esos zapatos ya no te van. Te hacen daño. No te conjuntan con el modelito que te has comprado. No te ves con ellos (se dice mucho, ¿a que sí? Es que no me veo...) Y los pobrecitos que sobraron en la tienda, que se quedaron sin vender, han pasado de su estantería de honor, al cajón de los desterrados. Ahora cuestan el 70 % menos. Ya no son chic, ni lo más, son saldos.

Llamadme paranoica si queréis (pero en privado, que yo no lo oiga, please, que soy muy sensible), pero a mí todo esto me suena a metáfora de la vida. Nos lanzamos como buitres (y yo la primera) a lo que nos venden como ofertas, y ni qué decir tiene a lo que es gratis, anda que no lo he visto yo veces por la calle o en el súper. Aunque no lo queramos. Aunque sea lo más feo que hayamos visto en el mundo. He llegado a ver a chavalines con ocho o diez paquetes de natillas de chocolate en los brazos, corriendo de un lado para otro histéricos, como si nunca hubiesen comido natillas, y todo porque las regalaban. Encima, como si esto no fuera bastante, hay veces que pasamos de lo más alto a lo más bajo, en un pis pas. Ahora somos guays, y mañana ya no lo somos. Ahora alguien nos adora, y mañana nos abandona. Saldos en un cajón.

Y todas estas estupideces, ¿para qué?, diréis. Pues para nada, es que de vez en cuando me da por reflexionar, así, sin ton ni son. Simplemente, que no quiero que mi vida sea una metáfora de las rebajas. No quiero tener una opinión de las cosas que varíe según el dinero que valgan, o lo de moda que estén. Y de las personas, ni hablemos. Nada de querer a alguien hoy, y odiarle mañana, por favor. No es bueno para la salud mental, y encima te causa un estrés que pa'qué.

Así que, cuando alguien os hable del ofertón del siglo y os diga que todo tiene un descuento de hasta (y que os señalen bien esta palabra, por favor) el 70 %, desconfiad. No seáis tan inocentes como yo, que luego entráis en la tienda y una canción de La Pantoja os hará dar vueltas entre los saldos, pensando que la vida a veces está llena de falsas Grandes Oportunidades...

Por cierto, voy a buscar la cancioncita dichosa, que es pegadiza la jodía...


lunes, 20 de agosto de 2012

Hilos rojos

Existe una leyenda china (no es un cuento chino, ¿eh?) que dice que entre dos o más personas que están destinadas a conocerse, existe un hilo rojo que viene con ellas desde su nacimiento y que las une por los dedos meñique. Es invisible y permanece atado a esas dos personas a pesar del tiempo, del lugar y de las circunstancias. Dice también que el hilo puede tensarse o enredarse, pero nunca romperse. Y el que no me crea, que lo busque en San Google. 

Debe ser algo así como el destino, las tres Parcas o como queramos llamarlo. Es curioso darse cuenta de que destino y tejer van de la mano en más de una cultura. (¡Con lo mal que se me da coser!) El caso es que, de alguna misteriosa manera, aquéllos que comparten con cada uno de nosotros nuestro camino en algún momento de la vida, permanecen atados a ella para siempre.

Cierto es que la forma en que estén unidos a nosotros no será la misma para todos. Algunos serán simples conocidos; otros quizá se conviertan en parte de nuestra familia; tal vez unos cuantos sean compañeros de escuela, de trabajo, del equipillo de fútbol de los domingos; muchos serán vecinos. De algunos guardaremos malos recuerdos, quién sabe lo que nos traerá a la mente su memoria. 

Pero lo importante es que los lazos son para siempre. No puedes tirar y romperlos. Por mucho que quieras. Tal vez se harán nudos, se retorcerán o se estirarán. Quizás la maraña de hilos no te deje ver quién estaba (está) al otro lado, pero eso no significa que no esté. Algunas veces lo pienso y me maravillo...

La verdad es que no creo mucho en el destino, quiero decir, no en que todo venga fijado de antemano. Si así fuera, qué vida tan injusta tendríamos, nada dependería de nosotros o de nuestro esfuerzo. Pero independientemente de que esos hilos ya nazcan con nosotros o no, lo que sí creo es que vamos por la vida dejando huellas en los demás, repartiendo cachitos de lo que somos, atándonos de alguna misteriosa manera a quienes se cruzan en nuestro camino. Y de nosotros depende cómo será el hilo que anudemos a cada uno.

Yo tengo muchos hilos importantes. Mi familia, que me quiere y me soporta y me apoya cada segundo de cada minuto de cada hora de mi vida; la primera persona a la que le conté esta leyenda china, a quien quiero como nunca he querido a nadie, pero que eligió separar nuestros caminos; y mi mejor amiga, una persona que escucha con infinita paciencia (pobrecita) todas mis historias, con la que he compartido risas y llantos, que me aconseja siempre que me surgen dudas, existenciales o del montón. Si no fuera por ella, no habría podido levantarme muchas de las veces que me caí.

A ella le dedico este post. Sé que le hará ilusión, incluso puede que casi se le escape una lagrimita (digo "casi" porque es una de las personas más fuertes que he conocido) No diré su nombre, ya que le gusta el anonimato; ella es una persona muy discreta. Así que, simplemente, va por ella. 

Y si lee esto, (que lo hará), que sepa que, por muy plasta que yo me vuelva, y aunque la entren unas ganas tremendas de huir de mí y maldecir el día en que nos conocimos (jaja), el hilo está ahí, así que mala suerte.

Si lo dicen los chinos, será verdad.


sábado, 18 de agosto de 2012

En el mundo genial de las cosas que dices (la frase no es mía)

Yo no debería ser de ciencias. Anda que no me he dicho veces a mí misma: "¿Pero se puede saber qué haces tú estudiando biología (que la odias), química (que no la terminas de entender) y sobre todo, física (que no la has entendido en tu vida, y ten por seguro que no lo harás nunca)?" Pues lo que ocurría era que me molaban las mates. Siempre me han gustado. Y esa fue mi única razón para ser de ciencias. Ya está. A veces hago locuras como ésta, decidirme por algo por una razón muy pequeñita en un océano de razones en contra. No tengo remedio.

Así que a ciencias me fui. Y luego, en la Universidad, a Matemáticas. Otro día hablaré de mi carrera. Carrera de la que no me arrepiento, pero a la que sin lugar a dudas cambiaría el plan de estudios. Más que nada, en beneficio de la salud mental de quienes se matriculen en ella. El caso es que la terminé. Vaya si lo hice, quería salir de allí cuanto antes para no perder los pocos tornillos que me quedaban bien anclados. Y luego, cuando una persona normal diría que ya está bien de estudiar, yo oposité. Con un par.

Y aquí estoy, renegando de mis queridas ciencias, mordiendo la mano que me da de comer. ¿Y todo por qué?  Porque desde hace mucho tiempo, me he dado cuenta de que me importan muchísimo las palabras. Y no es que a los de ciencias no les importen. Más bien es que están las pobres relegadas a un segundo plano. Vaya injusticia.

Me importa lo que se dice. Me importa cómo se dice. Y sobre todo todo todo, me importa no sabéis cuánto que lo que se dice, se diga de corazón. Que si digo algo, sea verdad. Que si hablo de algo, entienda de ello, o al menos, tenga una ligera idea y no me dedique a inventar. Que si afirmo que voy a hacer algo, lo haga. Que si prometo algo, lo cumpla. No me gusta hablar por hablar, ya veis. Me duele en el alma que me lo hagan. Será porque ya me han contado suficientes mentiras. O será que algunas de las frases más bonitas que me han dicho a lo largo de mi vida, al final se las llevó el viento. O tal vez a mí me parece que se las llevó, y lo que hizo en realidad fue arrastrarlas lejos hasta un lugar seguro, donde sólo las alcance el recuerdo.

Sea por la razón que sea, me encanta la gente que cree de verdad en lo que dice. Me encanta que la gente dé importancia a cómo decirlo. Y por encima de todas las cosas, me encanta la gente de palabra, esos que cumplen lo que dicen, esa gente por la que pondrías la mano en el fuego, y no acabarías en urgencias. 

Por eso busco. Estoy buscando gente así a mi alrededor. Porque hoy en día las palabras tienen poco valor, hablar es gratis, dicen. No lo creo. Y creo que, según vayan pasando los años y me vuelva una viejecita, y me arrugue, se me caigan los dientes y necesite un bastón y ya no pueda bailar salsa, valoraré cada vez más a quienes me hagan creer de verdad en el mundo genial de las cosas que dicen

Por cierto, la frase es el título de una canción de Maldita Nerea. Soy su fan número 1.

 



jueves, 16 de agosto de 2012

Globos, café con leche y asúuuuuucar

Debería meterme la lengua en el culo. Metafóricamente, quiero decir. Es lo que se les dice a aquellos que hablan de más, o antes de tiempo, ¿no? Pues eso, que debería hacerlo. Empiezo por el principio y doy detalles.

 Resulta que soy salsera. De esas de mandil y platos para chuparse los dedos, no. Ojalá. Mi incompetencia para la cocina es legendaria. Salsera de las bailonas. De las que se plantan los tacones, y a dar una vuelta tras otra por la pista. De las que, después de 6 horas (o más) de giros pa'llá y pa'cá, se miran los pies con extrañeza y sueltan: "Pero mira que me duelen a mí los juanetes, no sé por qué..." De ésas. Mi afición por el baile viene de largo, desde peque, pero antes de aterrizar en los ritmos latinos, pasé por deportes varios, que comenzaron como hobbies o actividades extraescolares, y terminaron quedándose en mi corazón. Ohhhhh, qué bonito. Así soy yo, apasionada hasta para los deportes. Pero ése es otro asunto. A lo que iba. La salsa.

Llegué a este mundillo (y digo "mundillo", porque de verdad que lo es), hace casi 5 años, después de una vida de deporte y clases de inglés. Yo creo que es herencia materna, porque mi madre lleva la música en el cuerpo y en el alma, y ya nos ha dicho muchas veces que le hubiera gustado ser artista. En fin. Al principio, uno comienza en esto apuntándose a clases de baile, para pillar el ritmo y los primeros pasitos, y conocer a los que formarán tu primer grupo de compinches salseros, con los que empezarás a salir por ahí a bailar. Después, te cansas de las clases y piensas que pa'qué, si total, se aprende casi más sólo saliendo, y así te ahorras el dinerito de la academia, y te lo gastas en mojitos, que también hay que aprender la gastronomía caribeña. Lo hagas como lo hagas, el baile es un vicio desde el segundo 1 en que pisas el parqué de la pista, y yo se lo recomiendo siempre a cualquiera con ganas de hacer ejercicio, conocer gente y pasarlo bien. Total, que salgo bastante a bailar desde hace tiempo. Y eso mola. Se mueve el cuerpo, echas unas risas y te aireas, que es algo muy necesario para desconectar del trabajo. ¿Y dónde está la pega? 

Pues en que, como es lógico, a veces no es todo tan bonito. Lo cual es completamente normal, pero a mí a veces se me olvida que soy Piscis (idealista, soñadora...), y no me acuerdo de que las cosas no son siempre estupendas, que todo tiene sus contras (A ver si esto me lo escribo en algún sitio a modo de chuleta, para la próxima vez que me crea que estoy en Los Mundos de Yupi...) Resulta que en el mundo de la salsa, como en todas partes, también hay gente a la que no te apetecería conocer. A veces hay demasiada frivolidad, quiero decir, vive la vida loca, sé feliz y todo eso, pero sin tener en cuenta que puedes estar haciendo daño a los demás. Y claro, una se cansa de verlo. 

Así que, hace poco dije yo a un amigo: "Hace un montón que no conozco a alguien interesante por aquí" Ya veis que soy una bocazas. Y pasó lo que tenía que pasar, claro. Lo de no querer caldo y que te den luego 2 tazas, o algo así. A los pocos días, mis amigas y yo conocimos a dos chavales súper majetes, de esos que entran de casualidad en la discoteca porque no sabían ya dónde ir, que no tenían ni idea de dónde se estaban metiendo, que decían que cómo se bailaba eso de la salsa. 

Y vaya si eran interesantes. Entre cafés con leche, zumos de naranja y bollos, nos relataron desayunando en un bar al lado de la disco su historia. Como lo que se cuenta desayunando después de una noche de bailes es secreto de confesión (esto es algo que acabo de instaurar como primera norma salsera), omito los detalles y sólo digo que hacía mucho tiempo que no me reía tanto. Que jamás pensé que me hablarían de aviones, viajes por Europa, noviazgos frustrados y clases de globoflexia a esas horas (ni a ningunas).

Por eso me he dado cuenta de que me tendría que meter la lengua en el culo. Que la gente interesante por supuesto que existe. Que aparecen como por arte de magia. Entran en discos de salsa sin saber bailar, a ahogar las penas, y terminan ahogando las de los demás con tan sólo historias que contar y ganas de contarlas. Sin más. Así es la vida, y yo doy gracias por ello.

miércoles, 15 de agosto de 2012

(Paréntesis) y sigo

Confieso: hace muuuucho que no hago los deberes. Me refiero a esta especie de diario que me saqué de la manga. Lo tenía un poquito abandonado, tengo que admitirlo. Mi única excusa posible, si es que hay alguna, es que el calor del veranito me descentró. Con eso de "vente a la piscina", "vamos a tomarnos unas cañitas", o incluso los días que pasé a remojo en el mar (¡cómo lo echaba de menos, por Dios!), pues me relajé en exceso. Mea culpa.

Quizás haya otra razón de fondo, no os voy a mentir. Como para explicarme bien tendría que contarlo todo todo, y ahora mismo no sabría ni por dónde empezar, resumo (Lo bueno, si breve, ... Ya sabéis) Pues eso, que básicamente se trata de lo de siempre: chica conoce a chico, chico enamora a chica, chica se monta su castillito en el aire, el castillo se derrumba. Plof. (No se me ocurre otra onomatopeya) Chica está depre, y pierde la inspiración. 

En todo este tiempo (¿cuánto he estado sin escribir?, ¿mes y pico?), las ganas de darle a la tecla no me han llegado. Aunque supongo que también es bueno desconectar, o al menos, hacer un intento. El caso es que lo dejé a un lado, como sin darme cuenta, y no hubo ninguna razón para volver. Pero he de reconocer que tampoco la busqué. Y hay que hacerlo. Hay mil historias sobre las que hablar (bueno, escribir), están ahí, entre nosotros, como los aliens (jeje), y sólo hay que saber mirar. 

Y vuelvo a intentarlo. Después de esta etapa de sequía, sin más ocupación que sentarme en una terracita a tomar el sol, hacer crucigramas (por cierto, soy malísima...) y darme un chapuzón en el mar o en la piscina, donde se tercie, retomo mi diario, con la intención de seguir contando cosas. Y no hay ninguna razón amatoria de por medio (¿amatoria he dicho? Me parece que me lo acabo de inventar, jaja) Chica y chico no volvieron juntos, el desamor sigue presente, y no hubo final feliz (de momento...), no como en tantas y tantas comedias románticas nos han intentado vender. 

No, razones amatorias no hay. Pero una persona me ha hecho muy feliz, porque resulta que hay gente que lee estas reflexiones absurdas que hago, y que encima las recomienda. Ayer cuando lo vi no me lo podía creer. Se me saltaban las lágrimas de alegría. Por eso, Pilar, muchas gracias, no sabes cuánto significó para mí que me incluyeras en esa lista de 7. A mí, que sólo llevo 8 míseras entradas en esto que se llama blog de casualidad, que pierdo la inspiración y me vengo abajo por problemillas tan insignificantes como una ruptura sentimental, cuando hay tantísima gente en el mundo con problemas de los de verdad. 

Pues eso, que no sé qué más puedo decir. Simplemente, que te dedico mi vuelta, con toda la humildad del mundo. Gracias por darme una razón para buscar historias que contar.

miércoles, 4 de julio de 2012

Cuerpos 10, en escala de 1 a 20...

Primer día de piscina. Para mí, quiero decir, porque la piscina lleva ya abierta unas cuantas semanitas. Creo que es el año que más prisa me he dado en empezar a camuflar un poco esta palidez que Dios me ha dado (y mi señora madre, todo hay que decirlo). Qué mundo el de la piscina, ¿eh? Da para tres o cuatro tesis doctorales de sociología, por lo menos.

Yo no nado muy bien, la verdad. Cuando era pequeñita, mis padres me apuntaron a natación, y en vez de aprovechar aquellas clases y convertirme en la sucesora de Esther Williams, le cogí miedo al agua y me dedicaba a dejar pasar muy amablemente a todos los niños delante de mí en la cola para lanzarse y chapotear. Al final, me tuvo que enseñar a nadar mi padre, que gracias a Dios siempre ha tenido mucha paciencia con nosotros y no le importaba estar horas y horas en remojo y más arrugado que un garbanzo.

A lo que iba, la piscina de verano. La piscina de verano es otro mundo. No es como cuando vas a nadar en invierno, que realmente vas a lo que se supone que vas: a pegarte la paliza largo arriba y largo abajo, que cualquier médico te dirá que es el deporte más completo que existe (¿Cuántas veces lo habré escuchado?)

No, la de verano es diferente. Resulta que hay gente que no se moja. ¡No se moja! Es más, se tiran horas y horas al sol, asándose en su propio jugo; bueno, hay quienes se llevan una especie de pulverizador, y de vez en cuando, se rocían con él. A mí el método éste no me convence, llamadme tradicional.

Bueno, el caso es que vas a la piscina, y te das cuenta de muchas cosas. La primera, que hasta el ser humano más escrupuloso con la higiene deja un poco de lado sus principios cuando se queda en bañador y chanclas. Si de verdad nos pusiéramos a pensar en la de guarrerías que nos podemos encontrar en las piscinas de verano, ni el Tato iría (por favor, que alguien me diga quién era este señor) Y no me pongo a enumerarlas, porque voy a cenar dentro de nada, no es plan. La segunda, que los abuelos/as nadan ciento cincuenta mil veces mejor que una servidora. Yo he visto a jubilados hacerse más largos que Mark Spitz en sus tiempos de medallista olímpico. Y la tercera, que a eso venía este post: que hay que ver la de mentiras que nos cuentan sobre los cuerpos 10. Porque eso es una de las grandes patrañas de la humanidad. Los publicistas (no sé muy bien con qué fin, o siguiendo las órdenes de qué mente despiadada...) se empeñan en bombardearnos con toda una sarta de estupideces sobre la perfección del cuerpo: que si tienes que medir más de metro setenta si te quieres considerar mona; que si debes ajustarte al 90-60-90 (¿cuándo?, ¿cómo? y ¿dónde? ); que si tienes menos pelo en la cabeza y más en no sé dónde no eres un tipo atractivo; que si debes luchar contra viento y marea para vencer a la celulitis; que si a ver si te trabajas la zona abdominal, hombre, que no tienes tableta... En fin, exigencias y más exigencias que nos terminan por hacer creer que somos una piltrafa.

Nada más lejos de la realidad. Sólo hay que echar un pequeño vistazo alrededor para darse cuenta de que no hay nadie perfecto. Que el mundo está lleno de cuerpos 10 en escala de 1 a 20, y que no es necesario tener la figura de un dios/a griego para verse (y que te vean) cañón. No pasa nada por tener poco pecho, o alguna que otra lorci donde no se debe, o no marcar abdominales, bíceps ni tríceps tanto como sería deseable... Así que menos photoshop, y más realismo en los anuncios, señores publicistas, no pretendan amargarnos la vida. Y ahora me voy, que me apetece un heladito ;)

martes, 26 de junio de 2012

Fusión, historietas y canapés

El otro día fui a una cena. Pues qué cosa, ¿no? Como si no hubiese ido de cena nunca. Pero es que ésta era especial. Ésta era de despedida.
Ya he dicho en alguna otra ocasión que soy profe (nunca me canso de decirlo, me rebosa el orgullo por los poros, jajaja) Y aunque he trabajado ya en varios centros, mis mejores recuerdos son del lugar donde empecé. No sólo por ser el primero, sino por lo que allí aprendí y viví. Así que cuando me avisaron de que se iba a celebrar esta reunión, allá que me fui.
Resulta que el centro desaparece. No es que lo vayan a cerrar, en el sentido estricto de la palabra. Lo que ocurre es que, para la administración, es mucho más barato fusionarlo con el otro instituto que tienen al lado. Así que la comilona que nos íbamos a pegar era una cena pre-fusión. Toma ya.
Llegué allí puntual y maquillada (claro, con lo que mola que te digan "madre mía, estás estupenda..."), pero, sobre todo, recordando todo lo vivido entre esas cuatro paredes, todos los compañeros con los que había compartido charlas, risas, llantos, incluso concursos de tortilla o torrijas, excursiones, recreos vigilando el patio por si los chavales hacían demasiado el bruto jugando al fútbol... Dos años de mi vida allí metidos, mis primeros dos años de profesión. Todo un mundo.
Y allí estaban. No todos, pero sí la mayoría. Elegantes. Felices de reencontrar a viejos conocidos. Tristes por la dichosa fusión, pero con energía para continuar. A pesar de que son malos tiempos para la educación pública. A pesar de que hemos pasado un año lleno de obstáculos que saltar, y que algunos llevan ya saltando veintitantos años de profesión. Y yo me sentí feliz de haber formado parte de aquello durante dos años, de haber tenido "mi bautismo" con gente como ellos, que dedican su vida a la causa en la que creen, que aman su profesión con todo su corazón (aunque a veces, como todos, deseen la llegada salvadora de la jubilación...) Y diciéndome que estaba incluso más joven que cuando me fui.
Así que pasamos la tarde entre felices y tristes, comiendo canapés demasiado finos para mis gustos de barrio, y sobre todo, rememorando historietas de esas que siempre empiezan por "¿Te acuerdas cuando...?"
¿Qué sucederá con ellos ahora? Muchos se quedarán. Algunos, sin embargo, se verán obligados a irse a otro centro. Pero yo me quedo tranquila. Porque sé que el espíritu de un equipo está en sus miembros, no en dónde jueguen. Y a ellos, espíritu les sobra. Menudos son.

martes, 19 de junio de 2012

Quiero ser como ellos

Hoy ha sucedido una cosa maravillosa. No porque haya sido algo fuera de lo normal, como ver un unicornio, o encontrarme a George Clooney en el metro. Mejor. (¿Hay algo mejor que encontrarse a George en el metro?) Hoy hemos comido helado en clase.

Vale, ahora es cuando todo el mundo me mira con pena y piensa: "Pobrecilla, ya se le ha terminado de ir la pinza..." Puede ser. Pero ha sido estupendo.

A ver, lo cuento. Ya he dicho alguna vez que soy profe. De secundaria. (Ahí es donde la gente suele asegurar que estoy loca)  Y es genial, aunque a veces me dan ganas de soltar collejas a diestro y siniestro. En fin, sigo, que se me va el hilo enseguida. El porqué decidí ser profe no viene al caso ahora, así que no me pondré a soltar una conferencia sobre el asunto. Lo importante es que se acercan las vacaciones (yuhuuu), y prometí a mis alumnos que habría una sorpresa antes de acabar. ¿Por qué? Entre otras razones, porque sí, porque la última semana de clase no hay quien los sujete, porque estamos todos deseando que nos den el pistoletazo de salida para escaparnos a que nos dé el aire fresco (los profes también), y porque me gusta darles sorpresas, qué le voy a hacer.

Total, que me he presentado hoy con tres cajas de helado, de esos que se ponen entre dos galletas. Se ha montado la de Dios es Cristo. Pero para bien, quiero decir. Parecía que fuera la primera vez que comían helado en su vida. "¡Qué rico!", me decían, "¿dónde lo has comprado?", "si te encargamos una caja, ¿nos la traes mañana?"... Y yo, para mis adentros, sintiéndome como Los Reyes Magos, pero a la vez pensando en lo simple (o cutrecilla) que era la sorpresa, y la emoción que había causado. Las tres cajas dieron para una ronda completa, y otra de repetición, donde los más espabilados se pusieron como el Kiko. Y yo allí, repartiendo felicidad, con las manos pringadas de chocolate, y alucinando con lo poco escrupulosos que son, que ni siquiera me preguntaron si me las había lavado (pero por supuesto que sí, por quién me tomáis...jeje) Incluso hubo uno que me pidió el cartón de la caja, para rebañar. Ilusa de mí, se lo di con toda mi buena intención, sin pensar que aquella petición tenía todas las trazas de acabar en desastre. 

Mi alumno arrimó entonces su cara al cartón, y claro, sucedió lo que era de esperar. Otro listillo se acercó por detrás, y le estampó la cara contra los restos del helado. Ante tanta desfachatez (jaja), el agredido se despegó la caja , y se vengó de su agresor plantándole el cartón en la mejilla. Como en una película. O en una reunión de ministros. Pero con helado, en lugar de tarta. Así que los dos hasta las cejas de helado, y al baño. ¿Y yo? Pues disimulando un poco la risa (los profes lo tenemos que hacer mucho, aunque a mí, la mayoría de las veces, me resulta imposible...), y pensando en lo que había redescubierto hoy.

Redescubierto porque, cuando trabajas con niños o adolescentes, te das cuenta desde el principio. ¿De qué? De la espontaneidad que desprenden. De lo sinceros que son. De que captan el entusiasmo, la dedicación y la felicidad de quien tienen enfrente con sólo olerle. De que agradecen cualquier muestra de cariño y de interés, por minúscula que sea (aunque a veces, la edad del pavo camufle su agradecimiento). Y de que, cada vez que redescubro todo esto, pienso en lo mucho que me gustaría ser como ellos. Ojalá un día aprendamos a enseñarles a hacerse adultos sin obligarles a perder su esencia y su alegría de vivir. Que vivan los helados. 

domingo, 17 de junio de 2012

Hay que rascar

Cuanto más tiempo paso en mi profesión, más me doy cuenta de lo poco que queremos conocer a los demás. Claro que no se puede conocer a todo el mundo. Y menos en profundidad. Incluso es difícil de narices conocer a fondo a una sola persona. Más aún, a veces es una auténtica hazaña llegar a conocernos a nosotros mismos, es casi tarea de psicoanalista. Pero yo creo que no es cuestión de dificultad. Es cuestión de ganas.
El otro día, me crucé con una alumna por el instituto. Ah, se me ha olvidado decir que soy profesora. Y a mucha honra, claro que sí. No voy a ponerme ahora a contar cuánto amo mi profesión, que no es momento. Ya lo haré en otra ocasión, que el tema lo merece. Pues eso, que el otro día me crucé con una alumna. Iba yo corriendo, pensando en mis cosas, y la vi llorando. Sin pensar que se pararía a contármelo, le pregunté qué la pasaba. Y para mi sorpresa, me lo contó. 

Llorando como una Magdalena, me explicó su dramática situación familiar. Me contó que no podía hablar con ninguno de sus compañeros, que no la entendían, que le decían que eso no eran problemas. Me explicó que no quería llegar a su casa, que era como si estuviese sola. Que a pesar de que sentía que su vida era una mierda, siempre intentaba ayudar a los demás, pero que cuando pensaba por un momento en ella misma al tomar una decisión, todo el mundo la tachaba de egoísta. Que no podía dormir, y que cuando en clase los profes la preguntábamos que por qué estaba distraída o medio dormida, ella no podía más que disimular y fingir una sonrisa. Los profes a veces nos preocupamos demasiado por cosas tan absurdas como deberes, os lo aseguro.

Y yo, allí plantada, no sabía muy bien qué decirla, porque me daba cuenta de lo insignificantes que son a veces nuestros problemas en comparación con los de los demás. Pero eso no lo entendemos, porque creo que tenemos como una especie de chip en el cerebro que nos hace pensar que somos el ombligo del mundo. Nada más lejos de la realidad. Y así, vamos por la vida quedándonos en la superficie de todo y de todos, preguntando qué tal a los demás, pero como yo misma hice, sin esperar (ni incluso querer) que los demás nos lo cuenten, porque para qué quiero yo saber qué les ocurre cuando lo que de verdad me importan son mis problemas. Y entonces, todo lo que a mí me ocurra me parece súper emocionante o súper deprimente, y la gente a mi alrededor es frívola, o aburrida, o egoísta, porque, claro, no se preocupa por mis dramas personales. 

¿Qué pasó con mi alumna? Pues me dio una gran lección de madurez. Le pregunté si creía que necesitaba ayuda, ir a un psicólogo, y me dijo que sí. Que se había dado cuenta de que no podía con todo ella sola. Y me aseguró que buscaría ayuda. Yo sólo pude decirla que, si alguna vez necesitaba hablar, allí me tenía, con las orejas preparadas. 

La conclusión a la que he llegado es que hay que rascar de vez en cuando, que las cosas no son sólo lo que vemos, y que detrás de una sonrisa, o de una contestación de mala leche, hay mucho más que una persona feliz o alguien amargado. Que ojalá, si un día vamos por la calle llorando, alguien se pare dos segundos, y nos pregunte qué nos pasa. Aunque no espere que se lo contemos.

miércoles, 13 de junio de 2012

Donde hay esperanza

Hoy estoy triste. De bajón, que suena más moderno. El porqué no es relevante en estos momentos, supongo que ahora mismo me da un poco igual la razón. Es que me apetece hablar de la tristeza en sí, no sé, porque sí. Parece que está de moda, qué tontería.

Antes de nada, hace falta decir que yo soy muy sensible, llorona como nadie (bueno, como mi madre, que tuvo la amabilidad de compartirlo conmigo en mis genes...) Así que, probablemente, me tomo las cosas demasiado a pecho, y lo que para muchos sería quizás una gilipollez (con perdón), para mí es un mundo. Qué le voy a hacer, tendré que aguantarme a mí misma...

En fin, pues eso, la tristeza. Me he dado cuenta de que puede llegar a ser adictiva. Me explico. Al principio llega por alguna causa (aunque a veces, aparece sin más, pero eso ya es otra historia). Puede ser una pérdida (trabajo, pareja, algún familiar), una enfermedad, yo qué sé, mil historias. Te da por no dormir (o dormir mucho, demasiado); por no comer (o comer mucho, o a deshoras, sobre todo chocolate, que quita las penas, dicen), por no concentrarte en el trabajo (o concentrarte demasiado, vivir para trabajar) En fin, que te desequilibra. Creo que ésa es la palabra. Es increíble lo que el estado de ánimo hace en nosotros. Prácticamente lo es todo.

Cuando la tristeza llega, no te quieres sentir así, pero no lo puedes evitar. Es como si se apoderara de ti. Pero la cosa puede llegar a cambiar cuando la dejas quedarse demasiado tiempo. Y aquí yo creo que es donde empieza lo peligroso. Parece que, si permites que te acompañe mucho, al final le coges el gustillo, como que te resulta reconfortante de alguna extraña manera, una especie de compañía. Y esto ya sí que no. Una cosa es sentirse triste o depre durante un tiempo (que todos tenemos derecho), y otra, rebozarse por gusto en la mierda (y otra vez con perdón). Es como si nos sintiésemos más especiales por estar de bajón. Yo creo que a veces, incluso nos gusta utilizarla de excusa ("No fui porque estaba triste, perdóname", "Uy, se me olvidó llamarte, pero claro, entiéndeme, estoy depre..." ), y blablabla. Estar triste es una consecuencia, no debemos convertirlo en una excusa, ni mucho menos, en un escudo para aislarnos del mundo.

Así que mi humilde conclusión es ésta: cuando sientas que la tristeza entra en tu vida, estás en todo tu derecho a dejarla pasar, pero nunca la trates como una reina, porque es posible que se quede demasiado. Y sobre todo, ten esperanza de que se irá. La tristeza no es desilusión, ésa no hay que perderla nunca. A ver si me hago caso a mí misma por una vez...

miércoles, 6 de junio de 2012

Me contradigo (me han dicho)

Eso me dijo un amigo hace poco. Debe ser que yo le había entendido mal. Estábamos hablando de la vida y esas cosas, pero nada filosófico, no os penséis, y, cómo no, salió el tema de los amores. Bueno, más que de los amores, de cómo prevenir un poco el dolor de corazón, tanto el emocional como el físico, porque lo de que te lo han roto, doy fe de que a veces lo sientes como literal.

En fin, que estábamos hablando de ello, y él, que ha reflexionado mucho sobre el asunto, y que es una persona muy práctica, me dijo: "Yo creo que el secreto es diversificar". Sonaba a estrategia de marketing, pero creo que le entendí. O eso me pareció.

Creí entenderle que hay que tener varios puntos de anclaje en tu vida, como las tiendas de camping, y además, no todos en el mismo lado, que si no, sopla una brisita de ná y a tomar por saco el lado norte de la tienda (o el este, o el sur, qué más da si no me gusta el campo...). Quiero decir, que es bueno y necesario encontrar cosas distintas que te interesen, tener hobbies, un trabajo (y, a ser posible, que te encante) y tratar de que tu vida no dependa de un solo aspecto, ni de una sola persona, a menos que esa persona seas tú. Que cuando creas que tu mundo se viene abajo porque aquél a quien quieres se va, que tengas algo a lo que agarrarte y te saque de la cama, del sillón o de dondequiera te hayas escondido. Que tengas un motor (o varios) de repuesto. Incluso mejor: que el principal motor seas tú. 

Por eso, me puse a buscar cosas que me gustan: música, algo que leer, algo que me haga reír, y a compartirlo con los demás (tonta de mí, eso me pasa por compartir) En el mismo día, había encontrado varias frases de un taller filosófico (y no es que yo sea una intelectual, ni mucho menos...), y había visto unas fotos de unos hombretones estupendos que me habían alegrado la vista (nada de tendencias demasiado picantonas, todo muy light, pero con los músculos en su sitio y bien visibles...ejem). Total, que lo compartí. Y claro, lo vio mi amigo.

¿Entonces? Pues me dijo que qué pintaba una cosa con otra. Yo, muy inocente, le contesté que, siguiendo sus sabios consejos, estaba diversificando mis intereses. Y él me contestó que, no, no y no, que una cosa era diversificar, y otra muy distinta, contradecirse.

A lo que ahora yo me pregunto: ¿desde cuándo un cuerpo escultural se contradice con el cultivo de la mente? ¿No era cierto eso de men sana in corpore sano? Definitivamente, yo ya no entiendo nada...

domingo, 3 de junio de 2012

Yo misma

"¿Cómo te definirías en 3 palabras?" "Si fueras un animal, serías..." Creo recordar que hace muuuuuchos años, había un programa de televisión en el que se preguntaban absurdeces como éstas. Bueeeeno, para un juego de mesa, o un rato entre amigos (o desconocidos), quizás no esté mal. Pero no sé si sería capaz de definirme en 3 palabras, y sinceramente, bastante animales somos ya a veces (y me incluyo la primera) como para serlo aún más.

Describirse a uno mismo lleva tiempo. A mí por lo menos. Porque, ¿por dónde empiezo? ¿Por cómo soy físicamente? ¿Por mi carácter? ¿Por mis aficiones? Y, qué cuento, ¿sólo mis virtudes? Podría, pero la gente así resulta muy cansina, al igual que cansan las personas que pecan de humildad y nos cuentan sus más mínimos defectos, o sus meteduras de pata más grandes... Pero por algún sitio hay que empezar, que no está bien que ese desconocido tan majo nos pida que nos describamos (brevemente), y nos neguemos en rotundo. No sería de recibo, pobre.

Así que, si tuviera que describirme en pocas palabras (o frases), hablaría de todo un poco, para que ese desconocido tan majo (probablemente en un bar o similar...) se llevara una imagen general de mí, cuanto más global, mejor, por aquello de la globalización.

Por ejemplo, le diría que no sé cocinar, pero que lo compenso fregando los platos; que lloro mucho con las pelis y me pongo hecha una furia con las injusticias sociales; que soy más de playa y sol, que de montaña y bichos (y nunca, nunca, de camping) (bueno, nunca digas "nunca"); y que tanto hablar de mí no me gusta, que prefiero que él me cuente sobre su vida.

"Y si no te gusta hablar de ti, ¿por qué un blog?", pensaréis. Pues porque, al final, en un futuro no muy lejano, me levantaré y escribiré: "Si yo fuera un animal, sería..." Por llevarme la contraria a mí misma, que me gusta mucho. 



Lo que más cuesta es arrancar

O eso dicen, creo. No es que yo haga mucho caso de los refranes o frases hechas, pero me parece que éste en concreto tiene más razón que un santo.

Desde hace mucho tiempo, vengo pensando que debería dedicar más tiempo (o, simplemente, algo, que es más que nada), a hacer cosas diferentes. ¿Cuáles? Pues no sé, pero diferentes. Ahí está el problema: hay que arrancar. Porque la rutina te come, te seca las ideas, o eso me parece. Un amigo mío tiene un blog. Él es muy creativo y muy ácido, sabe sacarle punta a todo, y con gracia. Yo no soy como él, claro, cada cual es único en su especie, pero siento que las palabras, salvo excepciones groseras o hirientes sin necesidad, están mejor fuera que dentro. Y entonces me decidí. Así, a lo loco. (Cada cual hace el loco a su manera, jeje) Pensé: "¿Por qué no? Deja salir lo que llevas dentro (o lo que veas fuera y que te inspire, tú eliges)"

Así que éste es mi arranque. No sé qué tal saldrá. A lo mejor las palabras no quieren salir. O quizá sí salen, pero no en la forma adecuada. O tal vez todo fluye, así, con naturalidad, sin más, y me cambio de profesión (aunque adoro la mía, ya hablaré de ella otro día) Lo que sí es seguro es que ya he empezado algo diferente, y eso, ya de por sí, es una pequeña misión cumplida.

Ahora me toca pensar en el siguiente paso. Deseadme suerte ;)