Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

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domingo, 26 de agosto de 2012

Atascos, vecinos y por qué no pude aguantarme la risa (II)

Bueno, ¿por dónde iba? Hmmm... Ah, sí, ya me sitúo. Con estas pintas aparecí yo en la puerta de mi pobre vecina inundada, pero no era la única que estaba allí ni la última que llegaría... 

Menudo percal el que me encontré al bajar. Medio bloque allí reunido. El alquilado, más cabreado que una mona, porque supuestamente le habían insultado, subiendo y bajando las escaleras, sin saber muy bien si meterse en su casa o seguir defendiendo su honor delante de todos. La hija de la dueña del piso que se había convertido en charca (pobres, qué panorama), discutiendo acaloradamente con la dueña del piso alquilado, que se había presentado para evaluar daños y perjuicios, y ya de paso, todo sea dicho, defender su impunidad en el asunto. Que ella no era responsable de nada, decía la mujer, que en el momento en que uno alquila su casa, se terminan sus obligaciones. Pues no es por meterme, señora, pero no me parece ni medio bien. Bueno, mi opinión no cuenta, que esto es una narración objetiva, disculpe usted. Mientras, unas cuantas vecinas de esas que se lanzan a ayudar cuando surge la necesidad, achicando aguas (residuales, recordad), fregando y soportando olores no precisamente florales. Alguna iba sin zapatillas, que no era plan de manchárselas de mierda, que eso luego no sale (digo yo). Dos pobres chavalines del segundo (que también había sufrido los efectos del atasco), sacando los cubos y bajándolos por las escaleras, para que luego digamos que los adolescentes son unos insolidarios. Y mientras, la discusión alquilado-vecinos hasta las pelotas, continuaba. Que si tú me has insultado, que si eso no te lo crees ni tú, que si a mí no me insulta nadie, que si estamos hasta los mismísimos de ruidos...

Total, que en esto va y se presenta la policía. No sabían ni quién les había llamado. Por lo visto, había sido el alquilado, que se sentía herido en lo más profundo. Y claro, cuando preguntan qué ocurre y se dan cuenta de que todo se reduce a un atasco, se quedan de piedra. Normal, la policía no desatasca bajantes. Ni saca mierda en cubos. Así que allí estaban los pobres, intentando poner un poco de paz en aquel gallinero, diciendo que no era para tanto, hombre, que eso lo solucionaba el seguro y no hacía falta pelearse... Pobres, nadie les dijo cuando se sacaron la oposición que lo más peligroso del mundo son las comunidades de vecinos. En fin, que yo ya no sabía cuánta gente había en aquella casa empantanada.

Y suena el ascensor. Se para. Todo el mundo allí reunido en el descansillo, en pijama, entre mierda y hablando a voces. Se abre la puerta. Yo me giro, y sale un señor mayor, de unos 60 años. Pelo blanco, mirada inocente y mono azul. Profesión: fontanero. De la casa, no del seguro de la comunidad, nos enteraríamos después. El hombre se nos queda mirando, asombrado de encontrar a tanta gente en un sitio tan pequeño, a esas horas y con ese olor. Prepara su intervención. "Hooooooola" Sin más. Por si alguien sabe quién es Ned Flanders, le diré que el tonillo con que saludó fue como el suyo. Parecía Miliki el hombre, le faltó decir "¿Cómo están ustedes?"  Y ahí ya me dio la risa. No lo pude evitar, fue demasiado para mí. Si alguien me hubiera dicho que eso era el camarote de los hermanos Marx, me lo hubiera creído.

Total, que el pobre fontanero, al que he decidido llamar el señor Miliki, entró en la casa a comprobar los daños. Luego resultó que él no venía del seguro de la comunidad, así que el atasco no estaba en su jurisdicción (siempre he querido decirlo). La policía consiguió su objetivo, calmar los ánimos de los afectados, y se fue de allí con el orgullo y la satisfacción del deber cumplido (¡olé!). Yo, que estaba fuera del alcance de las aguas residuales (que una es cotilla, pero no tanto) me di por vencida y me senté en las escaleras, que eran las tantas y las emociones me habían dejado hecha polvo (¡qué juventud!) Y dentro de la casa, la hija de la dueña le pregunta al señor Miliki que si le manda por mail las fotos de cómo estaba el baño recién inundado, con patos y todo, a lo que el buen hombre le responde que no, que mejor se las mande por Whatsapp. Efectivamente, yo también pensé que había escuchado mal, que no podía ser que el señor Miliki usara de eso, y menos para tratar cuestiones de mierda (literalmente) Pero la realidad supera a la ficción, ahora lo sé con absoluta certeza, y después me confirmaron que sí, que aquel hombrecillo Whatsappeaba. Toma ya.

En fin, que la cosa se calmó, todo el mundo se fue a su casita a descansar, que mañana sería otro día, y los afectados llamaron al seguro de la comunidad, que a las doce y pico o la una de la mañana estaba el pobre fontanero desatascando la mierda, muy profesional, pero seguro seguro que no tan divertido como el señor Miliki. Como habréis podido comprobar, yo fui una mera espectadora, llamadme cobarde o insolidaria si queréis, pero es que para quedarme con todos los detalles de la historia necesitaba poder moverme con libertad, entrar y salir, sin llevar caca en las manos a ser posible, un espíritu libre, vamos. Ahora tienen que arreglar los pisos dañados y todo lo demás, esperemos que la cosa termine bien y sin olores.

Y esto es todo (amigos). Sé que no era una comedia, que encontrarte tu casa llena de agua marrón no es plato de gusto. Pero ahora que sabéis los detalles, espero que me perdonéis y podáis entender por qué esa noche no pude aguantarme la risa...

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