Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

domingo, 9 de diciembre de 2012

Frío y Kevin Bacon

Este fin de semana pasado hizo un frío del carajo. Odio el frío, no sé si lo he dicho alguna vez. Se me hielan los pies. Me duelen las manos. Voy encogida de un lado a otro, envuelta en un abrigo que oculta todas mis femeninas curvas (jeje), y me lanzo al primer radiador que encuentro cuando llego a mi destino. Que digo yo que cómo lo harán los rusos para no morir en el intento. El otro día le comenté a mi familia, así, dejándolo caer, que, si alguna vez se les ocurre regalarme un viajecito a algún destino exótico (por pedir, que no quede...), que por favor no me manden a Rusia. O les retiro la palabra para siempre. Y punto. El frío me pone de una mala leche... 
El caso es que el termómetro llegó a marcar el otro día -2ºC, algo que para mi organismo ya es un principio de congelación. Que para el cutis será estupendo, no lo discuto, pero prefiero echarme una cremita antiarrugas y no morir de hipotermia... Pues resulta que estaba yo tiritando y odiando el frío y sus consecuencias, cuando me vino a la mente algo que leí sobre grados. ¿Que cómo me puede dar por pensar en estas estupideces? Pues no lo sé, algún defecto de fábrica tengo que tener, supongo... Total, que hace un tiempo leí una cosa muy curiosa.

Pensad en la persona más alejada que se os ocurra. Alguien en la otra punta del mundo. Un chino. O un esquimal. O Kevin Bacon, por ejemplo. Nada parece unirnos a ese chino, o al esquimal, o a Kevin (así, tratándolo con confianza...jeje) Uno está lejos de narices, el otro también, y además en un clima al que no viajaría ni borracha, y el otro es una súper estrella de Hollywood que seguramente tiene avión privado y probablemente  hasta se pueda comprar su propia isla. Imaginad ahora que alguien os reta a lo siguiente: os dice que cojáis papel y boli, y que escribáis una carta. Lo que pongáis en ella no es relevante para el experimento, así que escribid lo que queráis. Bien. Ahora os dicen que penséis en esa persona, con su nombre y apellidos. Kevin Bacon, por ejemplo. La parte importante es la siguiente: se trata de mandar la carta a la persona que conozcáis (personalmente) que creáis que está más cerca de conocer (personalmente) a Kevin. ¿Ya? Pues al buzón. La carta llegará a su destinatario, al que le repetiremos las instrucciones. Esta vez, como la carta ya está escrita, sólo tendrá que pensar en la persona que él/ella conozca y que crea que está más cerca de conocer a Kevin. Al buzón.

Pues lo chulo es lo siguiente. Resulta que, tachán tachán, (redoble de tambores), el señor Kevin Bacon recibirá la carta. ¿Y? Pues que se necesitarán, como mucho, cinco personas más para ello, es decir, la cadena que hemos iniciado tendrá, a lo sumo, cinco personas entre medias de nosotros y el señor Kevin Bacon. ¿Os lo creéis? Pues esta cosa tan surrealista no la digo yo, es algo llamado teoría de los seis grados de separación, y la propuso en 1930 un tal Karinthy en un cuento, y años más tarde, a un psicólogo llamado Milgram se le ocurrió probarla con el experimento de las cartas. Para que quede claro: cualquier persona en la Tierra puede estar conectada a cualquier otra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco eslabones intermedios.

No sé a vosotros, pero a mí esto me alucina. Y lo gracioso es que el señor Kevin Bacon popularizó esta teoría sin proponérselo. Un día fue y dijo que él había trabajado con todos los actores de Hollywood o con alguien que hubiese trabajado con cualquiera de ellos. Pues había tres estudiantes que le escucharon y que decidieron montar un juego a su costa. El juego se llama Los seis grados de separación de Kevin Bacon y tiene página web y todo. Introduces el nombre de un actor (¡de cualquier país!) y la página te calcula su número de Bacon. Y siempre sale un número menor o igual que seis. Toma ya.

Total, que cuando cuento esta historia la gente flipa. Me miran como si estuviera loca, y yo les digo que no me lo he inventado yo, pero les da igual. Que sí, que el mundo es un pañuelo, que sólo necesitáis cinco intermediarios para llegar al Papa, o a Cristiano Ronaldo, a quien prefiráis, les digo. No se lo terminan de creer. Así que voy a terminar haciendo el experimento de las cartas. Un día lo haré, ya veréis. Le mandaré una a Obama. O a algún chino del pueblo más recóndito que encuentre, que seguro que le hará ilusión recibir una carta desde España. Y después diré eso de os lo dije, que suena pedante total, pero que mola, al fin y al cabo.

Y todo esto venía a cuento de que el fin de semana pasado hizo un frío del carajo, ¿no? Pues eso, que odio el frío...
El juego de los seis grados de Bacon




No hay comentarios:

Publicar un comentario