Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

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jueves, 16 de agosto de 2012

Globos, café con leche y asúuuuuucar

Debería meterme la lengua en el culo. Metafóricamente, quiero decir. Es lo que se les dice a aquellos que hablan de más, o antes de tiempo, ¿no? Pues eso, que debería hacerlo. Empiezo por el principio y doy detalles.

 Resulta que soy salsera. De esas de mandil y platos para chuparse los dedos, no. Ojalá. Mi incompetencia para la cocina es legendaria. Salsera de las bailonas. De las que se plantan los tacones, y a dar una vuelta tras otra por la pista. De las que, después de 6 horas (o más) de giros pa'llá y pa'cá, se miran los pies con extrañeza y sueltan: "Pero mira que me duelen a mí los juanetes, no sé por qué..." De ésas. Mi afición por el baile viene de largo, desde peque, pero antes de aterrizar en los ritmos latinos, pasé por deportes varios, que comenzaron como hobbies o actividades extraescolares, y terminaron quedándose en mi corazón. Ohhhhh, qué bonito. Así soy yo, apasionada hasta para los deportes. Pero ése es otro asunto. A lo que iba. La salsa.

Llegué a este mundillo (y digo "mundillo", porque de verdad que lo es), hace casi 5 años, después de una vida de deporte y clases de inglés. Yo creo que es herencia materna, porque mi madre lleva la música en el cuerpo y en el alma, y ya nos ha dicho muchas veces que le hubiera gustado ser artista. En fin. Al principio, uno comienza en esto apuntándose a clases de baile, para pillar el ritmo y los primeros pasitos, y conocer a los que formarán tu primer grupo de compinches salseros, con los que empezarás a salir por ahí a bailar. Después, te cansas de las clases y piensas que pa'qué, si total, se aprende casi más sólo saliendo, y así te ahorras el dinerito de la academia, y te lo gastas en mojitos, que también hay que aprender la gastronomía caribeña. Lo hagas como lo hagas, el baile es un vicio desde el segundo 1 en que pisas el parqué de la pista, y yo se lo recomiendo siempre a cualquiera con ganas de hacer ejercicio, conocer gente y pasarlo bien. Total, que salgo bastante a bailar desde hace tiempo. Y eso mola. Se mueve el cuerpo, echas unas risas y te aireas, que es algo muy necesario para desconectar del trabajo. ¿Y dónde está la pega? 

Pues en que, como es lógico, a veces no es todo tan bonito. Lo cual es completamente normal, pero a mí a veces se me olvida que soy Piscis (idealista, soñadora...), y no me acuerdo de que las cosas no son siempre estupendas, que todo tiene sus contras (A ver si esto me lo escribo en algún sitio a modo de chuleta, para la próxima vez que me crea que estoy en Los Mundos de Yupi...) Resulta que en el mundo de la salsa, como en todas partes, también hay gente a la que no te apetecería conocer. A veces hay demasiada frivolidad, quiero decir, vive la vida loca, sé feliz y todo eso, pero sin tener en cuenta que puedes estar haciendo daño a los demás. Y claro, una se cansa de verlo. 

Así que, hace poco dije yo a un amigo: "Hace un montón que no conozco a alguien interesante por aquí" Ya veis que soy una bocazas. Y pasó lo que tenía que pasar, claro. Lo de no querer caldo y que te den luego 2 tazas, o algo así. A los pocos días, mis amigas y yo conocimos a dos chavales súper majetes, de esos que entran de casualidad en la discoteca porque no sabían ya dónde ir, que no tenían ni idea de dónde se estaban metiendo, que decían que cómo se bailaba eso de la salsa. 

Y vaya si eran interesantes. Entre cafés con leche, zumos de naranja y bollos, nos relataron desayunando en un bar al lado de la disco su historia. Como lo que se cuenta desayunando después de una noche de bailes es secreto de confesión (esto es algo que acabo de instaurar como primera norma salsera), omito los detalles y sólo digo que hacía mucho tiempo que no me reía tanto. Que jamás pensé que me hablarían de aviones, viajes por Europa, noviazgos frustrados y clases de globoflexia a esas horas (ni a ningunas).

Por eso me he dado cuenta de que me tendría que meter la lengua en el culo. Que la gente interesante por supuesto que existe. Que aparecen como por arte de magia. Entran en discos de salsa sin saber bailar, a ahogar las penas, y terminan ahogando las de los demás con tan sólo historias que contar y ganas de contarlas. Sin más. Así es la vida, y yo doy gracias por ello.

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