Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

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miércoles, 4 de julio de 2012

Cuerpos 10, en escala de 1 a 20...

Primer día de piscina. Para mí, quiero decir, porque la piscina lleva ya abierta unas cuantas semanitas. Creo que es el año que más prisa me he dado en empezar a camuflar un poco esta palidez que Dios me ha dado (y mi señora madre, todo hay que decirlo). Qué mundo el de la piscina, ¿eh? Da para tres o cuatro tesis doctorales de sociología, por lo menos.

Yo no nado muy bien, la verdad. Cuando era pequeñita, mis padres me apuntaron a natación, y en vez de aprovechar aquellas clases y convertirme en la sucesora de Esther Williams, le cogí miedo al agua y me dedicaba a dejar pasar muy amablemente a todos los niños delante de mí en la cola para lanzarse y chapotear. Al final, me tuvo que enseñar a nadar mi padre, que gracias a Dios siempre ha tenido mucha paciencia con nosotros y no le importaba estar horas y horas en remojo y más arrugado que un garbanzo.

A lo que iba, la piscina de verano. La piscina de verano es otro mundo. No es como cuando vas a nadar en invierno, que realmente vas a lo que se supone que vas: a pegarte la paliza largo arriba y largo abajo, que cualquier médico te dirá que es el deporte más completo que existe (¿Cuántas veces lo habré escuchado?)

No, la de verano es diferente. Resulta que hay gente que no se moja. ¡No se moja! Es más, se tiran horas y horas al sol, asándose en su propio jugo; bueno, hay quienes se llevan una especie de pulverizador, y de vez en cuando, se rocían con él. A mí el método éste no me convence, llamadme tradicional.

Bueno, el caso es que vas a la piscina, y te das cuenta de muchas cosas. La primera, que hasta el ser humano más escrupuloso con la higiene deja un poco de lado sus principios cuando se queda en bañador y chanclas. Si de verdad nos pusiéramos a pensar en la de guarrerías que nos podemos encontrar en las piscinas de verano, ni el Tato iría (por favor, que alguien me diga quién era este señor) Y no me pongo a enumerarlas, porque voy a cenar dentro de nada, no es plan. La segunda, que los abuelos/as nadan ciento cincuenta mil veces mejor que una servidora. Yo he visto a jubilados hacerse más largos que Mark Spitz en sus tiempos de medallista olímpico. Y la tercera, que a eso venía este post: que hay que ver la de mentiras que nos cuentan sobre los cuerpos 10. Porque eso es una de las grandes patrañas de la humanidad. Los publicistas (no sé muy bien con qué fin, o siguiendo las órdenes de qué mente despiadada...) se empeñan en bombardearnos con toda una sarta de estupideces sobre la perfección del cuerpo: que si tienes que medir más de metro setenta si te quieres considerar mona; que si debes ajustarte al 90-60-90 (¿cuándo?, ¿cómo? y ¿dónde? ); que si tienes menos pelo en la cabeza y más en no sé dónde no eres un tipo atractivo; que si debes luchar contra viento y marea para vencer a la celulitis; que si a ver si te trabajas la zona abdominal, hombre, que no tienes tableta... En fin, exigencias y más exigencias que nos terminan por hacer creer que somos una piltrafa.

Nada más lejos de la realidad. Sólo hay que echar un pequeño vistazo alrededor para darse cuenta de que no hay nadie perfecto. Que el mundo está lleno de cuerpos 10 en escala de 1 a 20, y que no es necesario tener la figura de un dios/a griego para verse (y que te vean) cañón. No pasa nada por tener poco pecho, o alguna que otra lorci donde no se debe, o no marcar abdominales, bíceps ni tríceps tanto como sería deseable... Así que menos photoshop, y más realismo en los anuncios, señores publicistas, no pretendan amargarnos la vida. Y ahora me voy, que me apetece un heladito ;)