Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

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sábado, 15 de diciembre de 2012

No digas (muchas) palabrostias...

Había una vez una niña muy estudiosa que aprobaba todos sus exámenes y que se portaba muy bien. Era dulce y muy maja, la verdad, y siempre ponía una sonrisa a todo. Y tenía muy buenos modales, por supuesto. Hola, buenos días, gracias, por favor, y cuando había que protestar, como mucho soltaba jopé. Un amor, vamos. Un poco repollo, si me apuras. Pero un día se dio cuenta de que el repollo se había ido. Había salido la bestia que llevaba dentro. Bueno, qué leches, que el mundo la había hecho así. No hace falta que diga a qué niña me refiero, ¿no?...
Claro que no, aquí el que haya leído dos o más post de este blog, sabe que la mayoría de las cosas que suelto son personales e intransferibles, que puestos a reírnos y soltar mierda, pues soltar la propia es más sano y más justo. Pues nada, que yo era así. Una inocente criaturita. Muy mona y educada. Pero llevo un tiempo dándome cuenta de que he liberado a la camionera que llevo dentro. Que digo yo que por qué se dirá que los camioneros hablan mal. Tengo que hacer un estudio sobre esto cuando tenga un rato... A lo que iba. ¿Sabéis eso de que hay momentos en la vida en los que dices: "esto va a marcar un antes y un después"? Pues no recuerdo ninguna situación que marcara mi entrada en la vida de camionera... No sé, quizás fue un golpe en la cabeza y se me descolocó algún chip, vaya usted a saber...

El caso es que soltar tacos desahoga. Ha sido un gran descubrimiento para mí, yo que creía que no era necesario para ser feliz. Pues resulta que te libera un huevo, quiero decir que te libera mucho, no vayamos ya a pensar mal. Quizás sea una afirmación fuera de lo políticamente correcto, es verdad. ¿Cómo se puede decir que uno se siente más liberado cuando suelta que fulanito/a es un gilipollas? Pues no sé, pero el caso es que así es. Y el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Amén. Yo antes no decía estas palabras. Palabrostias, que mola más. Pero la frase perdía mucho matiz, lo notaba. Así que ahora las suelto, y me digo a mí misma que más que nada lo hago por la precisión del mensaje. No vaya a ser que le diga a alguien que me tiene harta, y no salga corriendo de mi vista por no decirle que me tiene hasta los cojones (ya he entrado en modo camionera). Que si luego se lleva una torta, no quiero que me diga que no lo vio venir. El que avisa no es traidor.

Como decía mi profe de inglés, hay que saber adecuar tu vocabulario al contexto. Claro. No os vayáis a creer que en mi trabajo me pongo a soltar estas barbaridades, como si estuviera poseída. Nada más lejos de la realidad, soy una persona muy profesional. Que si tengo que elegir entre decirle a alguien estás gilipollas o estás tonto, pues en el trabajo digo lo segundo. Y quedo mejor. Pero si en, yo qué sé, pongamos por caso, una discoteca, bailoteando, me tiran una copa encima (el contenido, quiero decir), y ni siquiera piden perdón, pues suelto lo primero. Y más si el vestido está recién estrenado. Faltaría más.

Total, que el otro día iba en el autobús, y había una pareja al lado. Jovencitos los dos, no más de dieciocho años. Y claro, como todo el mundo sabe que el transporte público desarrolla el sentido del oído, las ganas de leer los papeles ajenos, y el espíritu cotilla en general, pues escuché lo que decían. En mi defensa he de decir que hablaban bastante alto. Ella, más bien, porque él hablar, hablaba poco. La chica iba quejándose de algo. Un examen, un trabajo o algo así. Y entre palabra y palabra, soltaba tacos. Muchos. El puto trabajo de... La puta asignatura de... Suma y sigue. Tantos tacos por segundo le hacían daño en los oídos hasta a mi espíritu de camionera. Para ya, por Dios, pensaba, que vas a agotar el significado de la palabra de tanto repetirla... Sonaba muy feo. Desproporcionado. Todo tiene un límite, hasta los tacos. No pude evitar preguntarme si el resto de los pasajeros pensaría, al igual que yo estaba haciendo en aquel momento, que esa chica era una maleducada. Debió de soltar como treinta tacos en diez o quince minutos. Cuando se bajó me alegré. Y pensé en cómo la podría aguantar su pareja. Quizás el chico era medio sordo, quién sabe...

Así que mi conclusión es que las palabrostias tienen su aquél. Son contundentes. Aportan energía y mala leche al mensaje. Pero hay que saber usarlas, como todo en esta vida. Por eso os pido que me perdonéis si suelto a destiempo alguna de ellas de vez en cuando. Ya sabéis que yo antes no era así y que estoy aprendiendo a adecuarme al contexto...


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