El otro día fui a una cena. Pues qué cosa, ¿no? Como si no hubiese ido de cena nunca. Pero es que ésta era especial. Ésta era de despedida.
Ya he dicho en alguna otra ocasión que soy profe (nunca me canso de decirlo, me rebosa el orgullo por los poros, jajaja) Y aunque he trabajado ya en varios centros, mis mejores recuerdos son del lugar donde empecé. No sólo por ser el primero, sino por lo que allí aprendí y viví. Así que cuando me avisaron de que se iba a celebrar esta reunión, allá que me fui.
Resulta que el centro desaparece. No es que lo vayan a cerrar, en el sentido estricto de la palabra. Lo que ocurre es que, para la administración, es mucho más barato fusionarlo con el otro instituto que tienen al lado. Así que la comilona que nos íbamos a pegar era una cena pre-fusión. Toma ya.
Llegué allí puntual y maquillada (claro, con lo que mola que te digan "madre mía, estás estupenda..."), pero, sobre todo, recordando todo lo vivido entre esas cuatro paredes, todos los compañeros con los que había compartido charlas, risas, llantos, incluso concursos de tortilla o torrijas, excursiones, recreos vigilando el patio por si los chavales hacían demasiado el bruto jugando al fútbol... Dos años de mi vida allí metidos, mis primeros dos años de profesión. Todo un mundo.
Y allí estaban. No todos, pero sí la mayoría. Elegantes. Felices de reencontrar a viejos conocidos. Tristes por la dichosa fusión, pero con energía para continuar. A pesar de que son malos tiempos para la educación pública. A pesar de que hemos pasado un año lleno de obstáculos que saltar, y que algunos llevan ya saltando veintitantos años de profesión. Y yo me sentí feliz de haber formado parte de aquello durante dos años, de haber tenido "mi bautismo" con gente como ellos, que dedican su vida a la causa en la que creen, que aman su profesión con todo su corazón (aunque a veces, como todos, deseen la llegada salvadora de la jubilación...) Y diciéndome que estaba incluso más joven que cuando me fui.
Así que pasamos la tarde entre felices y tristes, comiendo canapés demasiado finos para mis gustos de barrio, y sobre todo, rememorando historietas de esas que siempre empiezan por "¿Te acuerdas cuando...?"
¿Qué sucederá con ellos ahora? Muchos se quedarán. Algunos, sin embargo, se verán obligados a irse a otro centro. Pero yo me quedo tranquila. Porque sé que el espíritu de un equipo está en sus miembros, no en dónde jueguen. Y a ellos, espíritu les sobra. Menudos son.