Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

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martes, 26 de junio de 2012

Fusión, historietas y canapés

El otro día fui a una cena. Pues qué cosa, ¿no? Como si no hubiese ido de cena nunca. Pero es que ésta era especial. Ésta era de despedida.
Ya he dicho en alguna otra ocasión que soy profe (nunca me canso de decirlo, me rebosa el orgullo por los poros, jajaja) Y aunque he trabajado ya en varios centros, mis mejores recuerdos son del lugar donde empecé. No sólo por ser el primero, sino por lo que allí aprendí y viví. Así que cuando me avisaron de que se iba a celebrar esta reunión, allá que me fui.
Resulta que el centro desaparece. No es que lo vayan a cerrar, en el sentido estricto de la palabra. Lo que ocurre es que, para la administración, es mucho más barato fusionarlo con el otro instituto que tienen al lado. Así que la comilona que nos íbamos a pegar era una cena pre-fusión. Toma ya.
Llegué allí puntual y maquillada (claro, con lo que mola que te digan "madre mía, estás estupenda..."), pero, sobre todo, recordando todo lo vivido entre esas cuatro paredes, todos los compañeros con los que había compartido charlas, risas, llantos, incluso concursos de tortilla o torrijas, excursiones, recreos vigilando el patio por si los chavales hacían demasiado el bruto jugando al fútbol... Dos años de mi vida allí metidos, mis primeros dos años de profesión. Todo un mundo.
Y allí estaban. No todos, pero sí la mayoría. Elegantes. Felices de reencontrar a viejos conocidos. Tristes por la dichosa fusión, pero con energía para continuar. A pesar de que son malos tiempos para la educación pública. A pesar de que hemos pasado un año lleno de obstáculos que saltar, y que algunos llevan ya saltando veintitantos años de profesión. Y yo me sentí feliz de haber formado parte de aquello durante dos años, de haber tenido "mi bautismo" con gente como ellos, que dedican su vida a la causa en la que creen, que aman su profesión con todo su corazón (aunque a veces, como todos, deseen la llegada salvadora de la jubilación...) Y diciéndome que estaba incluso más joven que cuando me fui.
Así que pasamos la tarde entre felices y tristes, comiendo canapés demasiado finos para mis gustos de barrio, y sobre todo, rememorando historietas de esas que siempre empiezan por "¿Te acuerdas cuando...?"
¿Qué sucederá con ellos ahora? Muchos se quedarán. Algunos, sin embargo, se verán obligados a irse a otro centro. Pero yo me quedo tranquila. Porque sé que el espíritu de un equipo está en sus miembros, no en dónde jueguen. Y a ellos, espíritu les sobra. Menudos son.

martes, 19 de junio de 2012

Quiero ser como ellos

Hoy ha sucedido una cosa maravillosa. No porque haya sido algo fuera de lo normal, como ver un unicornio, o encontrarme a George Clooney en el metro. Mejor. (¿Hay algo mejor que encontrarse a George en el metro?) Hoy hemos comido helado en clase.

Vale, ahora es cuando todo el mundo me mira con pena y piensa: "Pobrecilla, ya se le ha terminado de ir la pinza..." Puede ser. Pero ha sido estupendo.

A ver, lo cuento. Ya he dicho alguna vez que soy profe. De secundaria. (Ahí es donde la gente suele asegurar que estoy loca)  Y es genial, aunque a veces me dan ganas de soltar collejas a diestro y siniestro. En fin, sigo, que se me va el hilo enseguida. El porqué decidí ser profe no viene al caso ahora, así que no me pondré a soltar una conferencia sobre el asunto. Lo importante es que se acercan las vacaciones (yuhuuu), y prometí a mis alumnos que habría una sorpresa antes de acabar. ¿Por qué? Entre otras razones, porque sí, porque la última semana de clase no hay quien los sujete, porque estamos todos deseando que nos den el pistoletazo de salida para escaparnos a que nos dé el aire fresco (los profes también), y porque me gusta darles sorpresas, qué le voy a hacer.

Total, que me he presentado hoy con tres cajas de helado, de esos que se ponen entre dos galletas. Se ha montado la de Dios es Cristo. Pero para bien, quiero decir. Parecía que fuera la primera vez que comían helado en su vida. "¡Qué rico!", me decían, "¿dónde lo has comprado?", "si te encargamos una caja, ¿nos la traes mañana?"... Y yo, para mis adentros, sintiéndome como Los Reyes Magos, pero a la vez pensando en lo simple (o cutrecilla) que era la sorpresa, y la emoción que había causado. Las tres cajas dieron para una ronda completa, y otra de repetición, donde los más espabilados se pusieron como el Kiko. Y yo allí, repartiendo felicidad, con las manos pringadas de chocolate, y alucinando con lo poco escrupulosos que son, que ni siquiera me preguntaron si me las había lavado (pero por supuesto que sí, por quién me tomáis...jeje) Incluso hubo uno que me pidió el cartón de la caja, para rebañar. Ilusa de mí, se lo di con toda mi buena intención, sin pensar que aquella petición tenía todas las trazas de acabar en desastre. 

Mi alumno arrimó entonces su cara al cartón, y claro, sucedió lo que era de esperar. Otro listillo se acercó por detrás, y le estampó la cara contra los restos del helado. Ante tanta desfachatez (jaja), el agredido se despegó la caja , y se vengó de su agresor plantándole el cartón en la mejilla. Como en una película. O en una reunión de ministros. Pero con helado, en lugar de tarta. Así que los dos hasta las cejas de helado, y al baño. ¿Y yo? Pues disimulando un poco la risa (los profes lo tenemos que hacer mucho, aunque a mí, la mayoría de las veces, me resulta imposible...), y pensando en lo que había redescubierto hoy.

Redescubierto porque, cuando trabajas con niños o adolescentes, te das cuenta desde el principio. ¿De qué? De la espontaneidad que desprenden. De lo sinceros que son. De que captan el entusiasmo, la dedicación y la felicidad de quien tienen enfrente con sólo olerle. De que agradecen cualquier muestra de cariño y de interés, por minúscula que sea (aunque a veces, la edad del pavo camufle su agradecimiento). Y de que, cada vez que redescubro todo esto, pienso en lo mucho que me gustaría ser como ellos. Ojalá un día aprendamos a enseñarles a hacerse adultos sin obligarles a perder su esencia y su alegría de vivir. Que vivan los helados. 

domingo, 17 de junio de 2012

Hay que rascar

Cuanto más tiempo paso en mi profesión, más me doy cuenta de lo poco que queremos conocer a los demás. Claro que no se puede conocer a todo el mundo. Y menos en profundidad. Incluso es difícil de narices conocer a fondo a una sola persona. Más aún, a veces es una auténtica hazaña llegar a conocernos a nosotros mismos, es casi tarea de psicoanalista. Pero yo creo que no es cuestión de dificultad. Es cuestión de ganas.
El otro día, me crucé con una alumna por el instituto. Ah, se me ha olvidado decir que soy profesora. Y a mucha honra, claro que sí. No voy a ponerme ahora a contar cuánto amo mi profesión, que no es momento. Ya lo haré en otra ocasión, que el tema lo merece. Pues eso, que el otro día me crucé con una alumna. Iba yo corriendo, pensando en mis cosas, y la vi llorando. Sin pensar que se pararía a contármelo, le pregunté qué la pasaba. Y para mi sorpresa, me lo contó. 

Llorando como una Magdalena, me explicó su dramática situación familiar. Me contó que no podía hablar con ninguno de sus compañeros, que no la entendían, que le decían que eso no eran problemas. Me explicó que no quería llegar a su casa, que era como si estuviese sola. Que a pesar de que sentía que su vida era una mierda, siempre intentaba ayudar a los demás, pero que cuando pensaba por un momento en ella misma al tomar una decisión, todo el mundo la tachaba de egoísta. Que no podía dormir, y que cuando en clase los profes la preguntábamos que por qué estaba distraída o medio dormida, ella no podía más que disimular y fingir una sonrisa. Los profes a veces nos preocupamos demasiado por cosas tan absurdas como deberes, os lo aseguro.

Y yo, allí plantada, no sabía muy bien qué decirla, porque me daba cuenta de lo insignificantes que son a veces nuestros problemas en comparación con los de los demás. Pero eso no lo entendemos, porque creo que tenemos como una especie de chip en el cerebro que nos hace pensar que somos el ombligo del mundo. Nada más lejos de la realidad. Y así, vamos por la vida quedándonos en la superficie de todo y de todos, preguntando qué tal a los demás, pero como yo misma hice, sin esperar (ni incluso querer) que los demás nos lo cuenten, porque para qué quiero yo saber qué les ocurre cuando lo que de verdad me importan son mis problemas. Y entonces, todo lo que a mí me ocurra me parece súper emocionante o súper deprimente, y la gente a mi alrededor es frívola, o aburrida, o egoísta, porque, claro, no se preocupa por mis dramas personales. 

¿Qué pasó con mi alumna? Pues me dio una gran lección de madurez. Le pregunté si creía que necesitaba ayuda, ir a un psicólogo, y me dijo que sí. Que se había dado cuenta de que no podía con todo ella sola. Y me aseguró que buscaría ayuda. Yo sólo pude decirla que, si alguna vez necesitaba hablar, allí me tenía, con las orejas preparadas. 

La conclusión a la que he llegado es que hay que rascar de vez en cuando, que las cosas no son sólo lo que vemos, y que detrás de una sonrisa, o de una contestación de mala leche, hay mucho más que una persona feliz o alguien amargado. Que ojalá, si un día vamos por la calle llorando, alguien se pare dos segundos, y nos pregunte qué nos pasa. Aunque no espere que se lo contemos.

miércoles, 13 de junio de 2012

Donde hay esperanza

Hoy estoy triste. De bajón, que suena más moderno. El porqué no es relevante en estos momentos, supongo que ahora mismo me da un poco igual la razón. Es que me apetece hablar de la tristeza en sí, no sé, porque sí. Parece que está de moda, qué tontería.

Antes de nada, hace falta decir que yo soy muy sensible, llorona como nadie (bueno, como mi madre, que tuvo la amabilidad de compartirlo conmigo en mis genes...) Así que, probablemente, me tomo las cosas demasiado a pecho, y lo que para muchos sería quizás una gilipollez (con perdón), para mí es un mundo. Qué le voy a hacer, tendré que aguantarme a mí misma...

En fin, pues eso, la tristeza. Me he dado cuenta de que puede llegar a ser adictiva. Me explico. Al principio llega por alguna causa (aunque a veces, aparece sin más, pero eso ya es otra historia). Puede ser una pérdida (trabajo, pareja, algún familiar), una enfermedad, yo qué sé, mil historias. Te da por no dormir (o dormir mucho, demasiado); por no comer (o comer mucho, o a deshoras, sobre todo chocolate, que quita las penas, dicen), por no concentrarte en el trabajo (o concentrarte demasiado, vivir para trabajar) En fin, que te desequilibra. Creo que ésa es la palabra. Es increíble lo que el estado de ánimo hace en nosotros. Prácticamente lo es todo.

Cuando la tristeza llega, no te quieres sentir así, pero no lo puedes evitar. Es como si se apoderara de ti. Pero la cosa puede llegar a cambiar cuando la dejas quedarse demasiado tiempo. Y aquí yo creo que es donde empieza lo peligroso. Parece que, si permites que te acompañe mucho, al final le coges el gustillo, como que te resulta reconfortante de alguna extraña manera, una especie de compañía. Y esto ya sí que no. Una cosa es sentirse triste o depre durante un tiempo (que todos tenemos derecho), y otra, rebozarse por gusto en la mierda (y otra vez con perdón). Es como si nos sintiésemos más especiales por estar de bajón. Yo creo que a veces, incluso nos gusta utilizarla de excusa ("No fui porque estaba triste, perdóname", "Uy, se me olvidó llamarte, pero claro, entiéndeme, estoy depre..." ), y blablabla. Estar triste es una consecuencia, no debemos convertirlo en una excusa, ni mucho menos, en un escudo para aislarnos del mundo.

Así que mi humilde conclusión es ésta: cuando sientas que la tristeza entra en tu vida, estás en todo tu derecho a dejarla pasar, pero nunca la trates como una reina, porque es posible que se quede demasiado. Y sobre todo, ten esperanza de que se irá. La tristeza no es desilusión, ésa no hay que perderla nunca. A ver si me hago caso a mí misma por una vez...

miércoles, 6 de junio de 2012

Me contradigo (me han dicho)

Eso me dijo un amigo hace poco. Debe ser que yo le había entendido mal. Estábamos hablando de la vida y esas cosas, pero nada filosófico, no os penséis, y, cómo no, salió el tema de los amores. Bueno, más que de los amores, de cómo prevenir un poco el dolor de corazón, tanto el emocional como el físico, porque lo de que te lo han roto, doy fe de que a veces lo sientes como literal.

En fin, que estábamos hablando de ello, y él, que ha reflexionado mucho sobre el asunto, y que es una persona muy práctica, me dijo: "Yo creo que el secreto es diversificar". Sonaba a estrategia de marketing, pero creo que le entendí. O eso me pareció.

Creí entenderle que hay que tener varios puntos de anclaje en tu vida, como las tiendas de camping, y además, no todos en el mismo lado, que si no, sopla una brisita de ná y a tomar por saco el lado norte de la tienda (o el este, o el sur, qué más da si no me gusta el campo...). Quiero decir, que es bueno y necesario encontrar cosas distintas que te interesen, tener hobbies, un trabajo (y, a ser posible, que te encante) y tratar de que tu vida no dependa de un solo aspecto, ni de una sola persona, a menos que esa persona seas tú. Que cuando creas que tu mundo se viene abajo porque aquél a quien quieres se va, que tengas algo a lo que agarrarte y te saque de la cama, del sillón o de dondequiera te hayas escondido. Que tengas un motor (o varios) de repuesto. Incluso mejor: que el principal motor seas tú. 

Por eso, me puse a buscar cosas que me gustan: música, algo que leer, algo que me haga reír, y a compartirlo con los demás (tonta de mí, eso me pasa por compartir) En el mismo día, había encontrado varias frases de un taller filosófico (y no es que yo sea una intelectual, ni mucho menos...), y había visto unas fotos de unos hombretones estupendos que me habían alegrado la vista (nada de tendencias demasiado picantonas, todo muy light, pero con los músculos en su sitio y bien visibles...ejem). Total, que lo compartí. Y claro, lo vio mi amigo.

¿Entonces? Pues me dijo que qué pintaba una cosa con otra. Yo, muy inocente, le contesté que, siguiendo sus sabios consejos, estaba diversificando mis intereses. Y él me contestó que, no, no y no, que una cosa era diversificar, y otra muy distinta, contradecirse.

A lo que ahora yo me pregunto: ¿desde cuándo un cuerpo escultural se contradice con el cultivo de la mente? ¿No era cierto eso de men sana in corpore sano? Definitivamente, yo ya no entiendo nada...

domingo, 3 de junio de 2012

Yo misma

"¿Cómo te definirías en 3 palabras?" "Si fueras un animal, serías..." Creo recordar que hace muuuuuchos años, había un programa de televisión en el que se preguntaban absurdeces como éstas. Bueeeeno, para un juego de mesa, o un rato entre amigos (o desconocidos), quizás no esté mal. Pero no sé si sería capaz de definirme en 3 palabras, y sinceramente, bastante animales somos ya a veces (y me incluyo la primera) como para serlo aún más.

Describirse a uno mismo lleva tiempo. A mí por lo menos. Porque, ¿por dónde empiezo? ¿Por cómo soy físicamente? ¿Por mi carácter? ¿Por mis aficiones? Y, qué cuento, ¿sólo mis virtudes? Podría, pero la gente así resulta muy cansina, al igual que cansan las personas que pecan de humildad y nos cuentan sus más mínimos defectos, o sus meteduras de pata más grandes... Pero por algún sitio hay que empezar, que no está bien que ese desconocido tan majo nos pida que nos describamos (brevemente), y nos neguemos en rotundo. No sería de recibo, pobre.

Así que, si tuviera que describirme en pocas palabras (o frases), hablaría de todo un poco, para que ese desconocido tan majo (probablemente en un bar o similar...) se llevara una imagen general de mí, cuanto más global, mejor, por aquello de la globalización.

Por ejemplo, le diría que no sé cocinar, pero que lo compenso fregando los platos; que lloro mucho con las pelis y me pongo hecha una furia con las injusticias sociales; que soy más de playa y sol, que de montaña y bichos (y nunca, nunca, de camping) (bueno, nunca digas "nunca"); y que tanto hablar de mí no me gusta, que prefiero que él me cuente sobre su vida.

"Y si no te gusta hablar de ti, ¿por qué un blog?", pensaréis. Pues porque, al final, en un futuro no muy lejano, me levantaré y escribiré: "Si yo fuera un animal, sería..." Por llevarme la contraria a mí misma, que me gusta mucho. 



Lo que más cuesta es arrancar

O eso dicen, creo. No es que yo haga mucho caso de los refranes o frases hechas, pero me parece que éste en concreto tiene más razón que un santo.

Desde hace mucho tiempo, vengo pensando que debería dedicar más tiempo (o, simplemente, algo, que es más que nada), a hacer cosas diferentes. ¿Cuáles? Pues no sé, pero diferentes. Ahí está el problema: hay que arrancar. Porque la rutina te come, te seca las ideas, o eso me parece. Un amigo mío tiene un blog. Él es muy creativo y muy ácido, sabe sacarle punta a todo, y con gracia. Yo no soy como él, claro, cada cual es único en su especie, pero siento que las palabras, salvo excepciones groseras o hirientes sin necesidad, están mejor fuera que dentro. Y entonces me decidí. Así, a lo loco. (Cada cual hace el loco a su manera, jeje) Pensé: "¿Por qué no? Deja salir lo que llevas dentro (o lo que veas fuera y que te inspire, tú eliges)"

Así que éste es mi arranque. No sé qué tal saldrá. A lo mejor las palabras no quieren salir. O quizá sí salen, pero no en la forma adecuada. O tal vez todo fluye, así, con naturalidad, sin más, y me cambio de profesión (aunque adoro la mía, ya hablaré de ella otro día) Lo que sí es seguro es que ya he empezado algo diferente, y eso, ya de por sí, es una pequeña misión cumplida.

Ahora me toca pensar en el siguiente paso. Deseadme suerte ;)