Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

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domingo, 26 de agosto de 2012

Atascos, vecinos y por qué no pude aguantarme la risa (II)

Bueno, ¿por dónde iba? Hmmm... Ah, sí, ya me sitúo. Con estas pintas aparecí yo en la puerta de mi pobre vecina inundada, pero no era la única que estaba allí ni la última que llegaría... 

Menudo percal el que me encontré al bajar. Medio bloque allí reunido. El alquilado, más cabreado que una mona, porque supuestamente le habían insultado, subiendo y bajando las escaleras, sin saber muy bien si meterse en su casa o seguir defendiendo su honor delante de todos. La hija de la dueña del piso que se había convertido en charca (pobres, qué panorama), discutiendo acaloradamente con la dueña del piso alquilado, que se había presentado para evaluar daños y perjuicios, y ya de paso, todo sea dicho, defender su impunidad en el asunto. Que ella no era responsable de nada, decía la mujer, que en el momento en que uno alquila su casa, se terminan sus obligaciones. Pues no es por meterme, señora, pero no me parece ni medio bien. Bueno, mi opinión no cuenta, que esto es una narración objetiva, disculpe usted. Mientras, unas cuantas vecinas de esas que se lanzan a ayudar cuando surge la necesidad, achicando aguas (residuales, recordad), fregando y soportando olores no precisamente florales. Alguna iba sin zapatillas, que no era plan de manchárselas de mierda, que eso luego no sale (digo yo). Dos pobres chavalines del segundo (que también había sufrido los efectos del atasco), sacando los cubos y bajándolos por las escaleras, para que luego digamos que los adolescentes son unos insolidarios. Y mientras, la discusión alquilado-vecinos hasta las pelotas, continuaba. Que si tú me has insultado, que si eso no te lo crees ni tú, que si a mí no me insulta nadie, que si estamos hasta los mismísimos de ruidos...

Total, que en esto va y se presenta la policía. No sabían ni quién les había llamado. Por lo visto, había sido el alquilado, que se sentía herido en lo más profundo. Y claro, cuando preguntan qué ocurre y se dan cuenta de que todo se reduce a un atasco, se quedan de piedra. Normal, la policía no desatasca bajantes. Ni saca mierda en cubos. Así que allí estaban los pobres, intentando poner un poco de paz en aquel gallinero, diciendo que no era para tanto, hombre, que eso lo solucionaba el seguro y no hacía falta pelearse... Pobres, nadie les dijo cuando se sacaron la oposición que lo más peligroso del mundo son las comunidades de vecinos. En fin, que yo ya no sabía cuánta gente había en aquella casa empantanada.

Y suena el ascensor. Se para. Todo el mundo allí reunido en el descansillo, en pijama, entre mierda y hablando a voces. Se abre la puerta. Yo me giro, y sale un señor mayor, de unos 60 años. Pelo blanco, mirada inocente y mono azul. Profesión: fontanero. De la casa, no del seguro de la comunidad, nos enteraríamos después. El hombre se nos queda mirando, asombrado de encontrar a tanta gente en un sitio tan pequeño, a esas horas y con ese olor. Prepara su intervención. "Hooooooola" Sin más. Por si alguien sabe quién es Ned Flanders, le diré que el tonillo con que saludó fue como el suyo. Parecía Miliki el hombre, le faltó decir "¿Cómo están ustedes?"  Y ahí ya me dio la risa. No lo pude evitar, fue demasiado para mí. Si alguien me hubiera dicho que eso era el camarote de los hermanos Marx, me lo hubiera creído.

Total, que el pobre fontanero, al que he decidido llamar el señor Miliki, entró en la casa a comprobar los daños. Luego resultó que él no venía del seguro de la comunidad, así que el atasco no estaba en su jurisdicción (siempre he querido decirlo). La policía consiguió su objetivo, calmar los ánimos de los afectados, y se fue de allí con el orgullo y la satisfacción del deber cumplido (¡olé!). Yo, que estaba fuera del alcance de las aguas residuales (que una es cotilla, pero no tanto) me di por vencida y me senté en las escaleras, que eran las tantas y las emociones me habían dejado hecha polvo (¡qué juventud!) Y dentro de la casa, la hija de la dueña le pregunta al señor Miliki que si le manda por mail las fotos de cómo estaba el baño recién inundado, con patos y todo, a lo que el buen hombre le responde que no, que mejor se las mande por Whatsapp. Efectivamente, yo también pensé que había escuchado mal, que no podía ser que el señor Miliki usara de eso, y menos para tratar cuestiones de mierda (literalmente) Pero la realidad supera a la ficción, ahora lo sé con absoluta certeza, y después me confirmaron que sí, que aquel hombrecillo Whatsappeaba. Toma ya.

En fin, que la cosa se calmó, todo el mundo se fue a su casita a descansar, que mañana sería otro día, y los afectados llamaron al seguro de la comunidad, que a las doce y pico o la una de la mañana estaba el pobre fontanero desatascando la mierda, muy profesional, pero seguro seguro que no tan divertido como el señor Miliki. Como habréis podido comprobar, yo fui una mera espectadora, llamadme cobarde o insolidaria si queréis, pero es que para quedarme con todos los detalles de la historia necesitaba poder moverme con libertad, entrar y salir, sin llevar caca en las manos a ser posible, un espíritu libre, vamos. Ahora tienen que arreglar los pisos dañados y todo lo demás, esperemos que la cosa termine bien y sin olores.

Y esto es todo (amigos). Sé que no era una comedia, que encontrarte tu casa llena de agua marrón no es plato de gusto. Pero ahora que sabéis los detalles, espero que me perdonéis y podáis entender por qué esa noche no pude aguantarme la risa...

sábado, 25 de agosto de 2012

Atascos, vecinos y por qué no pude aguantarme la risa (I)

De verdad, de verdad, de verdad que no debería reírme. Lo sé, no creáis que no. Es de mala educación reírse de los problemas ajenos, eso lo sabe todo el mundo, aquí y en la Cochinchina, pero no lo puedo evitar. Es que anoche fue demasiado. Era una situación tan surrealista, que me fue imposible. Pero empecemos por el principio.

 La historieta que os voy a contar no se puede entender sin mencionar antes de nada que vivo en un sexto, y que mi vecina del cuarto se mudó y desde hace un tiempo alquila su casa. ¿A quién? Pues a nadie en particular, gente que va y viene y a la que no le da tiempo a establecer lazos con ningún otro vecino (hilos rojos, ¿recordáis?) El quid de la cuestión es que vivir en comunidad es muy difícil, y el que piense que esto es una gran chorrada, que se vea la serie La que se avecina, con la que, por cierto, me parto el culo (con perdón) Y como es tan difícil, pues a veces metemos la pata. Hacemos demasiado ruido por la noche, o demasiado ruido por la mañana, o a la hora de la siesta, o tendemos la ropa sin escurrir y mojamos la del vecino de abajo, o qué sé yo, otros mil incumplimientos de lo que comúnmente se conoce como normas de civismo. Y encima, si llegas nuevo a un grupo tan cerrado como lo es un bloque de vecinos, en el que todo quisqui se conoce desde hace años, y sabe de qué pie cojea cada uno, estás en desventaja. Así que es muy fácil meter la pata y cabrear a los demás.

A lo que iba, como este piso se alquila cada dos por tres, pues cada dos por tres llega gente nueva, con costumbres nuevas, y en general, demasiado ruidosas. Así que, los que viven en el piso de debajo, están hasta las pelotas (cada cosa por su nombre).

Bueno, pues anoche la situación explotó: se atascó una bajante. ¿Cuál? ¿Os suenan las Leyes de Murphy? ¿Eso de que la tostada siempre cae por el lado de la mantequilla, o que el teléfono siempre suena cuando nos metemos en la ducha? Pues en el caso particular de las bajantes, el listo de Murphy dice que, de las dos bajantes que hay en los bloques de vecinos, se atascará la del baño. Mierda. Nunca mejor dicho. Y claro, ¿a quién se le inundó el baño? Efectivamente, a los que están hasta las pelotas de los de arriba. Pinta mal, ¿eh?

Yo estaba muy tranquila en mi casa, en pijama, viendo una serie a la que me he enganchado (por cierto, soy muy de series, no sé por qué...), cuando sonaron voces muy altas, discutiendo. Salí al descansillo, me asomé y vi a gente chilllando. Olía a baño, no a baño limpio, sino a baño de bar, que no es por criticar los bares, pero la mayoría tienen ese olor particular, mezcla de pis y desinfectante. Alguien había cortado el agua, además. Sin avisar, con el calor que hacía anoche, por lo menos 30 grados a las once. ¿Y qué hace todo buen vecino que se precie cuando oye jaleo y se aburre? Claaaaaaro, baja a ver qué pasa. Pues eso, que bajé...

En pijama, recordad. Zapatillas de estar por casa. Melenaza recogida en un moño de esos que te haces cuando piensas que pa'qué peinarse, si total estás en casita y nadie te va a ver (craso error, está claro...) Con estas pintas aparecí yo en la puerta de mi pobre vecina inundada, pero no era la única que estaba allí ni la última que llegaría...

jueves, 23 de agosto de 2012

Grandes oportunidades

Esta tarde he ido de compras. Bueno, comprar, lo que se dice comprar, no he comprado nada. Ni un euro me he gastado. Vaya chasco, con lo preparada que iba yo para soltar unos dinerillos en un vestidito. Cosas de chicas, dirán algunos/as. Pues sí. En fin, a lo que iba.
Resulta que, como buena ciudadana de la sociedad de consumo que soy, fui atraída por un supuesto chollo: una conocida empresa española de ropa y de los complementos que surjan (y no doy más datos, que esto no es una valla publicitaria, jaja) ofrecía el oro y el moro a sus fieles clientes, bajo la promesa de que todo lo que hubiera en dicha tienda llevaba un descuento de hasta (esta palabra es muy importante) el 70 %. Tienda de Grandes Oportunidades, la han llamado. Guaaaaau. Da la casualidad de que, además, la tienda la han abierto en el local de otra en la que trabajé yo un verano. Qué recuerdos... Así que, allá que me fui, a las cinco de la tarde, con todo el sofocón de la ola de calor subsahariano que nos está achicharrando (El hecho de salir de casa a esas horas y sin importar freírse en plena calle ya demuestra las ganas que tenía yo de un nuevo modelito...)

 Total, que llego allí, entro, y me encuentro con el percal. La empresa, que tantos y tantos años ha defendido una imagen de clase y estilo (que no lo digo yo, se ve en los anuncios con los que todos los años nos bombardean), ha cogido este local (gigante, por cierto), y lo ha utilizado para almacenar, sin orden ni concierto, las mil y una prendas que no ha habido forma de vender. Vamos, lo que sobraba. Ya decía yo que la oferta era demasiado bonita para ser verdad, pero claro, de ilusión también se vive.

Así que me paseé un rato por entre carros y carros de vestidos a 3 euros, chaquetas del año de Maricastaña y demás, haciendo un mísero intento de encontrar algo que me gustase, pero qué queréis que os diga, si tengo que rebuscar para comprar, se me quitan las ganas. A mí que me lo den bonito y colocado. Exquisita que es una.

Estaba yo allí flipando con la paciencia de muchos/as para hallar el tan ansiado chollo, y mientras sonaba en el hilo musical una canción de La Pantoja (lo juro, bueno, jurar no, que dicen que es pecado, y de esos ya tengo unos cuantos), pensaba yo en mis cosas, vaya novedad.

Primera reflexión: somos unos veletas de aúpa. La especie humana, quiero decir, o mejor dicho, los que vivimos para consumir. Resulta que hace, pongamos, seis meses, un vestido feísimo, pero feo feo de verdad (con avaricia, que me hace mucha gracia esa expresión), costaba 120 €. Lo veías colgado en su percha y pensabas que ya hacía falta ser hortera y derrochadora para gastarse semejante pastizal en una cosa tan fea. Vale. Pasan esos seis meses, y el vestido deja de valer un riñón, y cuesta 36 € (descontándole el 70 % prometido, que he sacado la calculadora y todo) Bueno, pues el vestido reaparece en tu vida, como dándote una segunda oportunidad, y te lanzas a sus brazos (mangas) como una loca. ¿Quiere esto decir que la fealdad iba unida a lo carísimo que era? ¿Sigue siendo feo, pero qué más da, que hay que ser gilipollas para no aprovechar un ofertón como ése?... No he conseguido obtener una conclusión al respecto.

Segunda reflexión (es que a mí, pasear entre ropa me da para mucho): Que digo yo una cosa.  Qué efímera es la vida... Un día estás en lo más alto y al siguiente te rebozas en la mierda. Por ejemplo: ves el par de zapatos más fashion de la tienda. Las mujeres se pelean por probárselos. Imploran por que el dependiente tenga su talla. Y si no la tiene, da igual, una menos, que los pies amorcillados tampoco están tan mal. Pagas lo que sea por ellos, que son lo último de lo último, que los lleva la modelo ésta que va siempre tan mona ella, cómo se llama, bueno, no importa. Te los llevas puestos y te paseas por el barrio como si fueras la reina, saludando con la mano y sonriendo, qué felicidad. Pasan dos, tres meses. Esos zapatos ya no te van. Te hacen daño. No te conjuntan con el modelito que te has comprado. No te ves con ellos (se dice mucho, ¿a que sí? Es que no me veo...) Y los pobrecitos que sobraron en la tienda, que se quedaron sin vender, han pasado de su estantería de honor, al cajón de los desterrados. Ahora cuestan el 70 % menos. Ya no son chic, ni lo más, son saldos.

Llamadme paranoica si queréis (pero en privado, que yo no lo oiga, please, que soy muy sensible), pero a mí todo esto me suena a metáfora de la vida. Nos lanzamos como buitres (y yo la primera) a lo que nos venden como ofertas, y ni qué decir tiene a lo que es gratis, anda que no lo he visto yo veces por la calle o en el súper. Aunque no lo queramos. Aunque sea lo más feo que hayamos visto en el mundo. He llegado a ver a chavalines con ocho o diez paquetes de natillas de chocolate en los brazos, corriendo de un lado para otro histéricos, como si nunca hubiesen comido natillas, y todo porque las regalaban. Encima, como si esto no fuera bastante, hay veces que pasamos de lo más alto a lo más bajo, en un pis pas. Ahora somos guays, y mañana ya no lo somos. Ahora alguien nos adora, y mañana nos abandona. Saldos en un cajón.

Y todas estas estupideces, ¿para qué?, diréis. Pues para nada, es que de vez en cuando me da por reflexionar, así, sin ton ni son. Simplemente, que no quiero que mi vida sea una metáfora de las rebajas. No quiero tener una opinión de las cosas que varíe según el dinero que valgan, o lo de moda que estén. Y de las personas, ni hablemos. Nada de querer a alguien hoy, y odiarle mañana, por favor. No es bueno para la salud mental, y encima te causa un estrés que pa'qué.

Así que, cuando alguien os hable del ofertón del siglo y os diga que todo tiene un descuento de hasta (y que os señalen bien esta palabra, por favor) el 70 %, desconfiad. No seáis tan inocentes como yo, que luego entráis en la tienda y una canción de La Pantoja os hará dar vueltas entre los saldos, pensando que la vida a veces está llena de falsas Grandes Oportunidades...

Por cierto, voy a buscar la cancioncita dichosa, que es pegadiza la jodía...


lunes, 20 de agosto de 2012

Hilos rojos

Existe una leyenda china (no es un cuento chino, ¿eh?) que dice que entre dos o más personas que están destinadas a conocerse, existe un hilo rojo que viene con ellas desde su nacimiento y que las une por los dedos meñique. Es invisible y permanece atado a esas dos personas a pesar del tiempo, del lugar y de las circunstancias. Dice también que el hilo puede tensarse o enredarse, pero nunca romperse. Y el que no me crea, que lo busque en San Google. 

Debe ser algo así como el destino, las tres Parcas o como queramos llamarlo. Es curioso darse cuenta de que destino y tejer van de la mano en más de una cultura. (¡Con lo mal que se me da coser!) El caso es que, de alguna misteriosa manera, aquéllos que comparten con cada uno de nosotros nuestro camino en algún momento de la vida, permanecen atados a ella para siempre.

Cierto es que la forma en que estén unidos a nosotros no será la misma para todos. Algunos serán simples conocidos; otros quizá se conviertan en parte de nuestra familia; tal vez unos cuantos sean compañeros de escuela, de trabajo, del equipillo de fútbol de los domingos; muchos serán vecinos. De algunos guardaremos malos recuerdos, quién sabe lo que nos traerá a la mente su memoria. 

Pero lo importante es que los lazos son para siempre. No puedes tirar y romperlos. Por mucho que quieras. Tal vez se harán nudos, se retorcerán o se estirarán. Quizás la maraña de hilos no te deje ver quién estaba (está) al otro lado, pero eso no significa que no esté. Algunas veces lo pienso y me maravillo...

La verdad es que no creo mucho en el destino, quiero decir, no en que todo venga fijado de antemano. Si así fuera, qué vida tan injusta tendríamos, nada dependería de nosotros o de nuestro esfuerzo. Pero independientemente de que esos hilos ya nazcan con nosotros o no, lo que sí creo es que vamos por la vida dejando huellas en los demás, repartiendo cachitos de lo que somos, atándonos de alguna misteriosa manera a quienes se cruzan en nuestro camino. Y de nosotros depende cómo será el hilo que anudemos a cada uno.

Yo tengo muchos hilos importantes. Mi familia, que me quiere y me soporta y me apoya cada segundo de cada minuto de cada hora de mi vida; la primera persona a la que le conté esta leyenda china, a quien quiero como nunca he querido a nadie, pero que eligió separar nuestros caminos; y mi mejor amiga, una persona que escucha con infinita paciencia (pobrecita) todas mis historias, con la que he compartido risas y llantos, que me aconseja siempre que me surgen dudas, existenciales o del montón. Si no fuera por ella, no habría podido levantarme muchas de las veces que me caí.

A ella le dedico este post. Sé que le hará ilusión, incluso puede que casi se le escape una lagrimita (digo "casi" porque es una de las personas más fuertes que he conocido) No diré su nombre, ya que le gusta el anonimato; ella es una persona muy discreta. Así que, simplemente, va por ella. 

Y si lee esto, (que lo hará), que sepa que, por muy plasta que yo me vuelva, y aunque la entren unas ganas tremendas de huir de mí y maldecir el día en que nos conocimos (jaja), el hilo está ahí, así que mala suerte.

Si lo dicen los chinos, será verdad.


sábado, 18 de agosto de 2012

En el mundo genial de las cosas que dices (la frase no es mía)

Yo no debería ser de ciencias. Anda que no me he dicho veces a mí misma: "¿Pero se puede saber qué haces tú estudiando biología (que la odias), química (que no la terminas de entender) y sobre todo, física (que no la has entendido en tu vida, y ten por seguro que no lo harás nunca)?" Pues lo que ocurría era que me molaban las mates. Siempre me han gustado. Y esa fue mi única razón para ser de ciencias. Ya está. A veces hago locuras como ésta, decidirme por algo por una razón muy pequeñita en un océano de razones en contra. No tengo remedio.

Así que a ciencias me fui. Y luego, en la Universidad, a Matemáticas. Otro día hablaré de mi carrera. Carrera de la que no me arrepiento, pero a la que sin lugar a dudas cambiaría el plan de estudios. Más que nada, en beneficio de la salud mental de quienes se matriculen en ella. El caso es que la terminé. Vaya si lo hice, quería salir de allí cuanto antes para no perder los pocos tornillos que me quedaban bien anclados. Y luego, cuando una persona normal diría que ya está bien de estudiar, yo oposité. Con un par.

Y aquí estoy, renegando de mis queridas ciencias, mordiendo la mano que me da de comer. ¿Y todo por qué?  Porque desde hace mucho tiempo, me he dado cuenta de que me importan muchísimo las palabras. Y no es que a los de ciencias no les importen. Más bien es que están las pobres relegadas a un segundo plano. Vaya injusticia.

Me importa lo que se dice. Me importa cómo se dice. Y sobre todo todo todo, me importa no sabéis cuánto que lo que se dice, se diga de corazón. Que si digo algo, sea verdad. Que si hablo de algo, entienda de ello, o al menos, tenga una ligera idea y no me dedique a inventar. Que si afirmo que voy a hacer algo, lo haga. Que si prometo algo, lo cumpla. No me gusta hablar por hablar, ya veis. Me duele en el alma que me lo hagan. Será porque ya me han contado suficientes mentiras. O será que algunas de las frases más bonitas que me han dicho a lo largo de mi vida, al final se las llevó el viento. O tal vez a mí me parece que se las llevó, y lo que hizo en realidad fue arrastrarlas lejos hasta un lugar seguro, donde sólo las alcance el recuerdo.

Sea por la razón que sea, me encanta la gente que cree de verdad en lo que dice. Me encanta que la gente dé importancia a cómo decirlo. Y por encima de todas las cosas, me encanta la gente de palabra, esos que cumplen lo que dicen, esa gente por la que pondrías la mano en el fuego, y no acabarías en urgencias. 

Por eso busco. Estoy buscando gente así a mi alrededor. Porque hoy en día las palabras tienen poco valor, hablar es gratis, dicen. No lo creo. Y creo que, según vayan pasando los años y me vuelva una viejecita, y me arrugue, se me caigan los dientes y necesite un bastón y ya no pueda bailar salsa, valoraré cada vez más a quienes me hagan creer de verdad en el mundo genial de las cosas que dicen

Por cierto, la frase es el título de una canción de Maldita Nerea. Soy su fan número 1.

 



jueves, 16 de agosto de 2012

Globos, café con leche y asúuuuuucar

Debería meterme la lengua en el culo. Metafóricamente, quiero decir. Es lo que se les dice a aquellos que hablan de más, o antes de tiempo, ¿no? Pues eso, que debería hacerlo. Empiezo por el principio y doy detalles.

 Resulta que soy salsera. De esas de mandil y platos para chuparse los dedos, no. Ojalá. Mi incompetencia para la cocina es legendaria. Salsera de las bailonas. De las que se plantan los tacones, y a dar una vuelta tras otra por la pista. De las que, después de 6 horas (o más) de giros pa'llá y pa'cá, se miran los pies con extrañeza y sueltan: "Pero mira que me duelen a mí los juanetes, no sé por qué..." De ésas. Mi afición por el baile viene de largo, desde peque, pero antes de aterrizar en los ritmos latinos, pasé por deportes varios, que comenzaron como hobbies o actividades extraescolares, y terminaron quedándose en mi corazón. Ohhhhh, qué bonito. Así soy yo, apasionada hasta para los deportes. Pero ése es otro asunto. A lo que iba. La salsa.

Llegué a este mundillo (y digo "mundillo", porque de verdad que lo es), hace casi 5 años, después de una vida de deporte y clases de inglés. Yo creo que es herencia materna, porque mi madre lleva la música en el cuerpo y en el alma, y ya nos ha dicho muchas veces que le hubiera gustado ser artista. En fin. Al principio, uno comienza en esto apuntándose a clases de baile, para pillar el ritmo y los primeros pasitos, y conocer a los que formarán tu primer grupo de compinches salseros, con los que empezarás a salir por ahí a bailar. Después, te cansas de las clases y piensas que pa'qué, si total, se aprende casi más sólo saliendo, y así te ahorras el dinerito de la academia, y te lo gastas en mojitos, que también hay que aprender la gastronomía caribeña. Lo hagas como lo hagas, el baile es un vicio desde el segundo 1 en que pisas el parqué de la pista, y yo se lo recomiendo siempre a cualquiera con ganas de hacer ejercicio, conocer gente y pasarlo bien. Total, que salgo bastante a bailar desde hace tiempo. Y eso mola. Se mueve el cuerpo, echas unas risas y te aireas, que es algo muy necesario para desconectar del trabajo. ¿Y dónde está la pega? 

Pues en que, como es lógico, a veces no es todo tan bonito. Lo cual es completamente normal, pero a mí a veces se me olvida que soy Piscis (idealista, soñadora...), y no me acuerdo de que las cosas no son siempre estupendas, que todo tiene sus contras (A ver si esto me lo escribo en algún sitio a modo de chuleta, para la próxima vez que me crea que estoy en Los Mundos de Yupi...) Resulta que en el mundo de la salsa, como en todas partes, también hay gente a la que no te apetecería conocer. A veces hay demasiada frivolidad, quiero decir, vive la vida loca, sé feliz y todo eso, pero sin tener en cuenta que puedes estar haciendo daño a los demás. Y claro, una se cansa de verlo. 

Así que, hace poco dije yo a un amigo: "Hace un montón que no conozco a alguien interesante por aquí" Ya veis que soy una bocazas. Y pasó lo que tenía que pasar, claro. Lo de no querer caldo y que te den luego 2 tazas, o algo así. A los pocos días, mis amigas y yo conocimos a dos chavales súper majetes, de esos que entran de casualidad en la discoteca porque no sabían ya dónde ir, que no tenían ni idea de dónde se estaban metiendo, que decían que cómo se bailaba eso de la salsa. 

Y vaya si eran interesantes. Entre cafés con leche, zumos de naranja y bollos, nos relataron desayunando en un bar al lado de la disco su historia. Como lo que se cuenta desayunando después de una noche de bailes es secreto de confesión (esto es algo que acabo de instaurar como primera norma salsera), omito los detalles y sólo digo que hacía mucho tiempo que no me reía tanto. Que jamás pensé que me hablarían de aviones, viajes por Europa, noviazgos frustrados y clases de globoflexia a esas horas (ni a ningunas).

Por eso me he dado cuenta de que me tendría que meter la lengua en el culo. Que la gente interesante por supuesto que existe. Que aparecen como por arte de magia. Entran en discos de salsa sin saber bailar, a ahogar las penas, y terminan ahogando las de los demás con tan sólo historias que contar y ganas de contarlas. Sin más. Así es la vida, y yo doy gracias por ello.

miércoles, 15 de agosto de 2012

(Paréntesis) y sigo

Confieso: hace muuuucho que no hago los deberes. Me refiero a esta especie de diario que me saqué de la manga. Lo tenía un poquito abandonado, tengo que admitirlo. Mi única excusa posible, si es que hay alguna, es que el calor del veranito me descentró. Con eso de "vente a la piscina", "vamos a tomarnos unas cañitas", o incluso los días que pasé a remojo en el mar (¡cómo lo echaba de menos, por Dios!), pues me relajé en exceso. Mea culpa.

Quizás haya otra razón de fondo, no os voy a mentir. Como para explicarme bien tendría que contarlo todo todo, y ahora mismo no sabría ni por dónde empezar, resumo (Lo bueno, si breve, ... Ya sabéis) Pues eso, que básicamente se trata de lo de siempre: chica conoce a chico, chico enamora a chica, chica se monta su castillito en el aire, el castillo se derrumba. Plof. (No se me ocurre otra onomatopeya) Chica está depre, y pierde la inspiración. 

En todo este tiempo (¿cuánto he estado sin escribir?, ¿mes y pico?), las ganas de darle a la tecla no me han llegado. Aunque supongo que también es bueno desconectar, o al menos, hacer un intento. El caso es que lo dejé a un lado, como sin darme cuenta, y no hubo ninguna razón para volver. Pero he de reconocer que tampoco la busqué. Y hay que hacerlo. Hay mil historias sobre las que hablar (bueno, escribir), están ahí, entre nosotros, como los aliens (jeje), y sólo hay que saber mirar. 

Y vuelvo a intentarlo. Después de esta etapa de sequía, sin más ocupación que sentarme en una terracita a tomar el sol, hacer crucigramas (por cierto, soy malísima...) y darme un chapuzón en el mar o en la piscina, donde se tercie, retomo mi diario, con la intención de seguir contando cosas. Y no hay ninguna razón amatoria de por medio (¿amatoria he dicho? Me parece que me lo acabo de inventar, jaja) Chica y chico no volvieron juntos, el desamor sigue presente, y no hubo final feliz (de momento...), no como en tantas y tantas comedias románticas nos han intentado vender. 

No, razones amatorias no hay. Pero una persona me ha hecho muy feliz, porque resulta que hay gente que lee estas reflexiones absurdas que hago, y que encima las recomienda. Ayer cuando lo vi no me lo podía creer. Se me saltaban las lágrimas de alegría. Por eso, Pilar, muchas gracias, no sabes cuánto significó para mí que me incluyeras en esa lista de 7. A mí, que sólo llevo 8 míseras entradas en esto que se llama blog de casualidad, que pierdo la inspiración y me vengo abajo por problemillas tan insignificantes como una ruptura sentimental, cuando hay tantísima gente en el mundo con problemas de los de verdad. 

Pues eso, que no sé qué más puedo decir. Simplemente, que te dedico mi vuelta, con toda la humildad del mundo. Gracias por darme una razón para buscar historias que contar.