Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

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lunes, 14 de enero de 2013

¿Cóooomo están ustedeeeeees?

A veces me paro a pensar en lo payasa que soy y me sorprendo. Payasa en el sentido más común de la palabra, quiero decir. Vamos, que cuando me da por hacer el tonto, no hay quien me pare. Y el caso es que no lo parezco. Doy una imagen de persona responsable y madura. Pero rascas un poquito la superficie, y ves la cruda realidad: payasa hasta la médula. Sin remedio, ya lo tengo asumido, no os preocupéis. Cada cual es como es, y habrá que quererse, ¿no? Yo me tengo bastante aprecio, en el fondo soy un cielín, en serio...
Con el paso de los años, he ido perfeccionando mi técnica de payasadas. Ahora me salen muy bien, incluso cuando mi intención no es hacer el idiota. Así, al natural, sin querer. Como cuando me caí por las escaleras del metro. Tenía yo mucha prisa, y las mecánicas no funcionaban. O no estaban, no sé, así me fijaría yo de bien. Vi salir a gente por el pasillo. Sonó el silbato del tren. Y eché a correr escaleras abajo. Lo demás estaba cantado. Culetazo por cuatro, cinco, seis escalones. Dolor de coxis. Y, por supuesto, cara de aquí no ha pasado nada, tranquilos, no os preocupéis por mí. Que en ese momento te levantas a toda leche, antes de que la gente se dé cuenta de que te has caído. Pero tú sabes que ya es tarde. Todo el mundo lo ha visto. Y si no se ríen, es por educación. O por compasión, no sé muy bien cuál de las dos gana. Pero tú sigues con tu teatro, muy digna, por si acaso puedes salvar tu imagen. Eso hice yo, al menos... O cuando me fui a un parque acuático en bikini. No por la calle, quiero decir. En bikini allí. Si no habéis ido nunca a un parque acuático, de ésos con toboganes, y más toboganes, y tirolinas, piscinas de olas y todo lo demás, cuando vayáis, no os pongáis bikini. Nunca. Hay que ponerse bañador, chicas. ¿Por qué? Pues porque si no, os sucede lo que a mí, que por ir monísima, me lancé por un tobogán, caí al agua, y cuando me incorporé, la parte de arriba del bikini no estaba en su sitio... Todavía me acuerdo y rezo para que no lo viera nadie. Y si alguien lo vio, pues eso que se llevó, como dice mi madre. 

La verdad es que caídas he tenido varias, a cada cual más ridícula. Pero lo mejor es cuando hago payasadas  aposta. Probablemente sea la única persona de este siglo que cuando coge el teléfono sigue diciendo ¿diga melón? Sí, lo habéis oído bien. Melón. Mejor todavía. Fijaos si soy idiota, que a estas alturas de mi vida todavía suelto de vez en cuando lo de ¡¡cuñaaaaaaaaaaaaaaaaaao!! A veces la gente me mira y me dice que si no me doy vergüenza a mí misma, que ya tengo una edad. Que si quiero hacer el tonto, que modernice mi repertorio. Pues no sé, a mí esas chorradas me siguen haciendo gracia, vaya usted a saber por qué. Será que me he quedado anclada en los 90. O será que tengo algún cable que no me hace bien la conexión. Me inclino más por lo segundo...

Y luego está lo de las costumbres tontas que estoy cogiendo. Como entrar en cualquier zapatería y probarme los zapatos más horteras que encuentre. Si hace falta, hasta con calcetines. O irme a la playa y llevarme siempre mi sombrero de vaquera. Me lo compré hace dos o tres años, y es mi compañero inseparable, muy a pesar de mi hermana, que un día de estos renegará de mí, ya me lo ha advertido, la pobre. No se da cuenta de que gran parte de mi encanto reside en mis chorradas... O ponerles un examen a mis niños, y colarles un chistecito al final. De esos malos, malos, que me encantan. ¿Cómo se llama el hermano vegetariano de Bruce Lee? Broco Lee. Entonces me miran y asienten, dándose la razón a sí mismos. Ya ha perdido la cabeza, estarán pensando. Que nooooo, que sólo trato de que veamos todos la vida con un poco más de humor...

El caso es que tengo predilección por la gente con la que me río. Esos que saben verle el lado divertido a la vida, que tienen chispa e ingenio. Me encantan los que pillan los chistes a la primera, los dobles sentidos, la ironía... Porque me hacen sentirme despierta. Ésos a los que sueltas algo ingenioso, como dejándolo caer, y te miran y sonríen con los ojos. Ésos. No os creáis que he encontrado mucha gente así a lo largo de mi vida. Me parece a mí que tanta seriedad, tanta crisis y tanto formalismo están matando el ingenio. Y soy de las que creen que el sentido del humor es un síntoma de inteligencia, de verdad. Lo noto en mis alumnos. Les veo cuando oyen o leen algo divertido, y pienso "huy, éste lo ha pillado, es un tío listo" Sin más. No hacen falta tantos test de cociente intelectual ni porras. Como me dijo una vez un profe que tuve: "a mí me hicieron un test de inteligencia de pequeño y me dijeron que estaba por debajo de lo normal. Y mírame, soy doctor en historia" Como para fiarse de los test.

Además, anda que no se ha dicho veces que el sentido del humor es bueno para la salud. Atención a lo que acabo de leer: veinte segundos de risa con ganas equivalen a tres minutos en una máquina de ejercicios. La risa baja la presión arterial, produce endorfinas y aumenta las defensas. ¿Conclusión? Hay que tomarse las cosas con más filosofía. Vale que habrá algunas que no podamos suavizar, pero la inmensa mayoría, sí. Y si no nos sale el payaso que llevamos dentro, pues a rodearse de gente que le deje salir. Gente de ésa que se sube a un karaoke y berrea ay vaya toritooo, hay torito guaaaaapo, o que en Carnaval van y se apuntan a la chirigota y lo que haga falta, o que se lanzan a la pista en cuanto que entran en la discoteca.

Así que ya lo sabéis, fistros, a ponerle un poco de payasadas a la vida.



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