Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

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viernes, 28 de febrero de 2014

Noticias desde el más acá

Pretendía empezar este post con algo ingenioso y/o metafórico, un comienzo de esos con gancho. Pero el caso es que estoy poco aguda últimamente, no sé si por el estrés, por falta de inspiración o por el frío, que me sienta como una patada en el pompis. Así que he pensado que mejor contar las cosas por su nombre y dejar las florituras para la primavera, que le van al pelo. Allá voy: hace unos días, tuve noticias de mi ex... 
Dicho así, no parece gran cosa, la verdad. Todo el mundo tiene algún ex. Hay quienes tienen muchos. Algunos pasan sin pena ni gloria, otros arrasan lo que encuentran como si fueran una ciclogénesis explosiva de ésas que están de moda. Éste fue de los que me dejó una gran huella, y para muestra, un botón. Rompimos y desapareció todo contacto, ya sea físico, espiritual o virtual. Yo quise, de verdad que quise, conservar un poquitín de aquello que tuvimos, llámalo amistad, cariño o esa complicidad que alcanzas con alguien verdaderamente especial. Pero su postura de no acercamiento quedó muy clara desde el principio y , muy a mi pesar, pasamos a ser extraños. 

El caso es que el otro día me mandó un mensaje. Me decía que hacía mucho que no me veía. Que si estaba bien. Que esperaba no molestarme con sus preguntas. Y yo, como comprenderá todo aquél que me conozca y que conociera nuestra historia, no supe qué decir.

Aquí me detengo un momentín y me explico. No es que su mensaje me dejara sin palabras. Al contrario, es que me había imaginado tantas veces lo que le diría si algo así sucediera, que las distintas versiones de esa imaginaria conversación luchaban ahora por salir a la luz. 

Seré sincera: la primera versión que me vino a la mente no era nada amable. Me imaginé a mí misma diciéndole cuatro cositas bien dichas, algo así como que me echaste de tu vida y ahora preguntas cómo estoy, o métete tu interés por el ojete (con perdón), o eso de a buenas horas, mangas verdes. Pensé en liberarme de todo el rencor que guardaba dentro y soltarlo vía online, pero tras meditarlo un pelín, llegué a la conclusión de que quizás demostrar tanto dolor más de un año después, le haría pensar que mi herida estaba aún fresquita y supurante. Ni borracha. 

Después pensé en mentir como una perra, para qué nos vamos a engañar. Se me pasó por la cabeza narrarle mi idílico (y apasionado) romance con algún neurocirujano altruista, de pectorales de acero y corazón generoso, romántico y tremendamente masculino. Quizás contarles con pelos y señales cómo ese pedazo de hombre y yo nos conocimos, los hijos que pensábamos tener y, ya que nos ponemos, sus nombres, por qué no. Pero una mentira tan elaborada se me escaparía de las manos, nunca se me ha dado bien contar tanta trola, y menos mantenerla bien hilada en el tiempo. Una lástima.

Mi última opción era el silencio. No responder al mensaje. Ni una palabra. En términos de justicia, me parecía un actuación completamente legítima, estaba en mi perfecto derecho a no decir ni mu. Ni siquiera un gracias por preguntar. Pero ahí estaba mi conciencia, inculcada por mis padres a base de esfuerzo y años de enseñanzas, diciéndome que es de maleducados no responder a lo que se pregunta. Así que, en honor a mis profundos valores, el silencio quedó descartado.

Me puse, malditos recuerdos, a rememorar tiempos pasados juntos, que si esto que me dijo, que si aquel lugar al que fuimos. Y supe que aquella etapa se había ido para siempre. Yo ya no era como en aquel entonces, y él resultó no ser como yo había creído ver. Así que, tras dos o tres días de silencio, decidí ponerme manos a la obra y le respondí.

No fue un mensaje cargado de rencor. Ni tampoco una historieta de amores calenturientos. Fue lo que en ese momento sentí que tenía que decir. Que estaba bien. Que no me molestaban sus preguntas. Que esperaba que todo le fuese bien también. Sin detalles. Sin entusiasmo. Sin esperar una respuesta.

Casi lloré. No por el deseo de volver a aquello; ese deseo ya murió hace tiempo. Casi lloré por lo distinto que hubiera sido mi mensaje un año y pico atrás. Pero la vida sigue y yo ya no soy la misma, así que casi lloré. Casi.













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