Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

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sábado, 23 de noviembre de 2013

La bestia dormidita...

Decía un tal Rousseau que el hombre es bueno por naturaleza. Algo así como que llevamos un angelito dentro, de serie. Mucha gente a lo largo de la historia ha puesto en duda esta afirmación, claro. Mis favoritos son los que dicen que cuanto más conocen a las personas, más quieren a su perro. Cuánta razón. O el grandísimo Ricardo Castella, que al absurdo ése de la bondad de nacimiento, responde que sí, que por eso existe la policía. Yo he descubierto que llevo dentro una repartidora de hostias en potencia...
Es que me han tocado el culo dos veces en dos semanas. Así, sin un cortejo previo, ni un piropo, ni nada. En frío, con lo romántica que soy yo. Alguno se preguntará si no me habían tocado el culo antes. Sí, no era mi primera vez. Pero mi antigua yo se lo tomaba un poco más a la ligera. Será que me hago mayor, o más borde, o ambas. El caso es que ahora me indigno mucho; tanto, tanto, que noto como que me sube un no sé qué desde el estómago, y me surge la necesidad de arrancarle la cabeza de un guantazo al manos largas. Eso pretendía el otro día, cuando un tío que venía de frente pasó por mi lado y alargó la mano. Me giré dispuesta a rompérsela (la mano), o las dos piernas, pero en cambio sólo me salió un ridículo ¡oyeeeeee!, como desinflado, sin fuerza. Y es que en esos momentos de sorpresa me quedo en pausa, la mala hostia no encuentra una vía de escape. Pero ahí está, la noté. Y pobre del sobón aquél si llego a espabilar...

¿La segunda? En la discoteca, por la espalda y camuflado en su manada. Su grupo de amigos, quiero decir. Y lo mejor fue la frase que me soltó uno de ellos después, algo así como: "si te hubiera gustado, ¿quién preferirías que hubiera sido?". Ahí no me contuve, mejor fuera que dentro, con dos cojones. Puse mi cara de sonrisa amenazante, y le solté que mejor pensasen quién prefería que le rompiera la mano. Macarra de polígono, sí señor. Que se note que una servidora es de barrio. Por supuesto, caras de póquer y bocas cerradas. Mejor callar y parecer idiota, que hablar y confirmarlo, qué grande Groucho Marx...

Desde entonces sé que llevo una bestia dentro. La mayor parte del tiempo está dormidita, en un rincón, con un cartel de no molesten. Pero cuando me tocan la fibra sensible (o el culo), se despierta. Y no tiene un buen despertar, se levanta con el pie izquierdo, creedme. Ahora soy de las que opinan que la dulzura está bien, pero no sólo de azúcar vive el hombre, ¿no?

Y es que la gente con carácter cae bien. Claro, a no ser que seas como Hulk y explotes desmesuradamente, ahí, sin límites, arrasando. Mi abuelo materno (que en paz descanse) tenía bastante genio. Y muchos amigos. Recuerdo que solía llamar a las cosas por su nombre, sin paños calientes, no sé si por convicción o por edad, que también es verdad que cuando uno se hace viejo le apetece más hacer y decir lo que le dé la real gana, faltaría más. Y la gente lo adoraba. Será tal vez porque las personas con genio parecen más fuertes o más decididas. O quizás porque nos provoca una envidia (sana) ver a aquellos valientes que no se andan con medias verdades ni con frases de ésas políticamente correctas. El caso es que él decía lo que quería, y los demás siempre tenían tiempo para compartir con él un café...

Mi conclusión (cómo no, yo buscando la moraleja a todo...) es que la mala hostia, en dosis pequeñas, mola. La suficiente cantidad como para saber que hay sangre en las venas, que no estás en este mundo para recibir y recibir guantazos (metafóricamente hablando) sin reaccionar. Algo así como ser tu propio defensor, y no esperar a que alguien más fuerte o más sincero o con peor café venga a hablar por ti. Pobre de aquél a quien se le escape otra vez la mano hacia mis nalgas sin mi autorización... :)



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