Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

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sábado, 2 de febrero de 2013

Bienvenido al lado fácil de las cosas

Una vez me contaron mis alumnos que en el lago Ness no hay monstruo. Imposible que lo haya, me dijeron, porque resulta que el lago sufrió grandes variaciones de temperatura, y ningún bicho viviente las hubiese resistido. Lo habían aprendido en clase de biología, para que luego digamos que no escuchan. Yo les conté otro día que el Teorema de Pitágoras no lo descubrió el susodicho, pero claro, entiendo que lo de Nessy era mucho más impactante, no había quien compitiera con ese bombazo...

Leyendas como éstas hay miles. Que si el azúcar sube la tensión, que con el chocolate salen granos, que si los cocodrilos de tal o cual alcantarilla, que si la niña de la curva vagando de noche en camisón... Una que me hace mucha gracia es la que afirma que los de ciencias somos genios calculando mentalmente. Haz esa cuenta de cabeza, me dicen, que tú eres de matemáticas. A veeeeeer, lo aclaro desde aquí mismo, por si alguien me cree más por escrito que en persona: los de ciencias no somos calculadoras humanas, de verdad que no. Por lo menos, una servidora no lo es, no me hagáis quedar en ridículo pidiéndome que eche la cuenta del restaurante, con IVA y todo. Es más, he estado en muchas cafeterías y restaurantes con gente de mi gremio, matemáticos, ingenieros o físicos, y hemos armado cada pifostio al pagar... Que nadie se entere de que somos de ciencias, decía alguno, que si no se van a partir el culo a nuestra costa... En casa de herrero, ya se sabe.

Pues me he puesto manos a la obra con este post, porque quiero desmentir una leyenda urbana de ésas, un mito. A lo mejor alguien se lleva las manos a la cabeza cuando lea esto, que a veces tengo opiniones un tanto polémicas, lo sé. Pero al fin y al cabo son sólo eso, opiniones, nada a tener en cuenta para nada en particular, no me hagáis caso. Resulta que hay una frase que últimamente me saca un poco de quicio: es complicado. No sé qué le ha dado a la gente con esta frasecita. ¿En qué trabajas? Es complicado. ¿Te vienes al cine? Es complicado. ¿Qué tal te fue el último examen? Es complicado. Y mi favorita: ¿Qué tal os va a Fulanito y a ti? Es complicado. Vamos a ver, ¿es que todo en esta vida necesita de un doctorado en Física? ¿O es que somos medio tontos, con perdón, y hasta dos más dos se escapa a nuestro entendimiento?

Mi teoría es que la dichosa frase le da misterio a la respuesta. Nos gusta hacernos los interesantes. Parece que somos más guays si le añadimos dificultad a algo que no la tiene. Porque hay muuuuuuuchas cosas que no la tienen, de verdad. El amor no es complicado. Ése es el mito que quería desmentir aquí. Ya está, ya lo he soltado, ya os podéis reír de mi candidez. Sé que esta simplificación que acabo de soltar suena a barbaridad. Bueno, a lo mejor, ya os digo que es sólo una opinión mía. Basada en varias relaciones que al final no dieron los frutos que yo quería o esperaba. No las voy a llamar fracasos, porque creo que no lo son.  Son experiencias, nada más. Y de todo se aprende, dicen. Gracias a ellas he llegado a esta conclusión que acabo de contar.

Hay por ahí un señor llamado Guillermo de Ockham, que dio nombre a una curiosa teoría: Si dos explicaciones están en igualdad de condiciones, es preferible la más sencilla. He estado leyendo qué quería decir esto, que a veces me surge la curiosidad friki de repente y no hay quien me pare, y creo que más o menos lo he entendido. Quiere decir algo así como que, si dos explicaciones son igual de válidas, es mejor escoger la más simple. Pero que quede claro que no dice que la más correcta sea la sencilla. Dice que si las dos son igual de correctas, mejor escoger la más fácil. Navaja de Ockham, se llama esto. Me gusta.

Por eso me he pasado al lado fácil de las cosas. Quizás es una simplificación absurda e infantil, no lo sé. Tal vez. Pero eso tampoco querría decir que lo opuesto fuese mejor. Alguna mala experiencia que ahora no viene al caso me ha hecho pensar que el amor no puede ser tan complicado. Que si dos personas se quieren de verdad y quieren arriesgarse la una por la otra, todo fluye. No hay necesidad de lágrimas, ni de peleas a todas horas, ni de obstáculos a cada paso. Las relaciones tan complicadas son las que nos han metido en la cabeza las películas que tanto nos gustan, las de llorar. No creo que debiéramos tomarlas de ejemplo. Parece que si una relación es natural y sencilla, no es de verdad. Los de Hollywood nos dirían que no es apasionada, ni romántica.

Pues vaya gilipollez, con perdón. Ya me he cansado de todas esas mentiras. Ya es hora de que alguien hable  de parejas que se enamoraron con sencillez. Esas parejas que se tomaban un café, iban al cine, paseaban y se daban besos a todas horas. Parejas que se conocieron en el súper, o en el trabajo, que se gustaron y se lo dijeron, sin más, sin darle vueltas y más vueltas, que se quisieron por ser como eran, y que lloraron más de alegría que de pena, sin complicaciones. Quizás es que me estoy haciendo mayor, o más madura, pero me apetece ver las cosas de este modo. No os enfadéis conmigo, soy así.

Así que aquí estoy ahora, buscando el lado sencillo de la vida. Ya no quiero una gran superproducción de Hollywood, lo siento. Quiero la felicidad de los pequeños detalles, de lo auténtico. Un paseo por el parque. Alguien que me pregunte qué tal me ha ido el día. Que me dé un abrazo porque sí. Y si eso significa hacer caso al señor Ockham, pues se lo haré. Y le diré a los grandes dramas de amor que aprendan lo que significa de verdad querer a alguien. Que no todo es complicado. Que la vida puede ser maravillosamente fácil.





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