Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

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domingo, 10 de febrero de 2013

El pez grande no tiene hambre...

Vivían juntos y eran amigos. En ese orden, porque se habían visto obligados a convivir sin conocerse. Partieron de cero, no se habían visto nunca. Y a pesar de ello, se llevaban bien. Un día, uno de ellos murió. El otro se quedó solo. Y supongo que cayó en una profunda depresión. Tan triste estaba, que no era capaz de soportar aquella soledad. Y se intentó suicidar. Varias veces. Pero siempre había allí alguien que lo salvaba, su ángel de la guarda...
Hablo de unos peces que tuve siendo pequeñita. Es una historia verídica 100 %. Uno era naranja, el otro negro. Los dos nadaban en perfecta armonía en aquella pecera tan ridículamente pequeña, dos desconocidos compartiendo las veinticuatro horas del día. Hasta que uno de ellos murió. El otro se puso tremendamente triste. Ya no quería vivir. Se tiraba fuera de la pecera, lo prometo. Saltaba al suelo. Pero mi madre se dio cuenta un par de veces o tres y lo devolvió rápidamente al agua. Ya no recuerdo si el pobrecito pez logró su objetivo o murió de viejo. El caso es que aquella historia se me quedó grabada en la memoria. Quizás por eso no me gusta ver a los animales encerrados. Ni a los peces, ni a los pájaros, ni a ningún otro. No me gustan los zoos. Me da muchísima pena verlos allí a los pobres, con la tristeza en los ojos. En fin, a lo que iba.

Hace unos días tuve una charla con un alumno. Esto es el pan nuestro de cada día para los profes, no os penséis que todo es explicar. Hay más charlas que explicaciones. El caso es que era urgente que hablase con él. No sé si alguna vez he dicho aquí que tengo una paciencia casi infinita. En clase lo digo mucho. Remarcando el casi, para que se les grabe bien en la memoria. Infinito, sí, el ocho tumbado, me responden. Qué jodíos... Pues mi paciencia casi infinita puede soportar muchas cosas: despistes con los deberes, estar en la parra en vez de en lo que hay que estar, urgencias meonas nada más venir del recreo... Pero hay otras cosas que no aguanta. La mala fe entre compañeros, no.

Mi alumno tiene todo lo que una persona puede desear. Alto, guapete y popular, listo como el hambre y con carisma. Un líder nato. Pero en lugar de estar feliz por ello y utilizarlo en bien de la humanidad, se pasa al lado oscuro. Como Darth Vader. De vez en cuando, da rienda suelta a su mala leche. Pincha a los más pequeños. Y a veces les hace llorar. El otro día lo hizo. Y le solté un sermón, claro. 

Que si eso está muy feo. Que si no te da vergüenza. Que cómo se te ocurre hacer algo así. Él se escudaba diciéndome que a él también le pinchaban. Ojo por ojo, y todos ciegos, dijo Gandhi. A ver si se lo planto allí en clase. Y yo le dije que él era más mayor. Para ellos eres un ejemplo, le expliqué. Te admiran. No puedes ir por la vida metiéndote con ellos, deberías protegerlos.

Mi alumno asentía en silencio y agachaba la cabeza. Es algo que hacen muy bien. Los sermones les entran por un oído y les salen por el otro, pero yo siempre guardo una pequeña esperanza de que algunas palabras se les queden grabadas. De ilusión también se vive.

Alguien podrá pensar que somos bastante malos. Las personas, en general. A veces sí. Pero también es cierto que lo que vemos nos influye, y mucho. Y estamos acostumbrados a ver muchas cosas malas, a todas horas. Eso no puede ser. No podemos permitir que los niños crezcan con frases como la vida es una jungla, o sálvese quien pueda

Para el que sea un poquito friki, como yo, que recuerde la peli de Spiderman. En serio, venga. El tío de Spiderman le decía que un gran poder conlleva una gran responsabilidad, o algo parecido. Yo también lo creo. Por eso odio cuando una persona se aprovecha de su suerte para hacer daño. De su suerte, de su éxito, o de lo que sea. Los fuertes no deberían utilizar su fuerza en contra del resto.

Así que no hagáis caso a eso de que el pez grande se come al pequeño, como si las cosas fueran así y punto. Los peces también se cuidan entre ellos. Y se ponen tristes cuando uno sufre. Y si no, acordaos de los míos...






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