Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

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domingo, 19 de octubre de 2014

Yogurines

Yogurín: Dícese de aquel hombre(cito) con unos cuantos años menos de los que una gasta, pero cuya buena planta y vitalidad compensa la posible brecha generacional debida a su juventud. La definición es un poco freestyle, lo sé. Es que la he buscado en la RAE y resulta que no viene... 
Lo confieso: hace unos meses conocí a un yogurín. A ver, puntualizo. Tres años menos y una cara de niño que le hace aparentar no tres, sino diez años menos de los que yo tengo. Bueno, en realidad yo tampoco aparento los que tengo, o eso me dicen, con lo que sumando y restando, y si pi es 3,14 aprox., resulta que no me queda muy claro cómo es el asunto. Pero la cosa es que nací tres años antes que él. Fin.

Teniendo en cuenta que más de un millón de veces he dicho que a mí que me den un hombre de 35 para arriba, llegamos a una idea que define muy bien a mi persona: involuntariamente, me suelo pasar mis creencias por el forro de los coj***. Así es la vida. 

A mi favor he de decir que se trataba de un tío súper alto, y ya he confesado muchas veces que tengo debilidad por el 1,80 para arriba. Cada una tiene sus vicios. A eso súmale un cuerpo trabajado en gimnasio, lo justo para que sus pectorales sean más grandes que mis pechos, y creedme si os digo que para eso no necesita ser Mr. Olimpia. Si el físico hubiera sido lo único llamativo en él, pues no habría problema, porque ya sabéis que soy de la estúpida creencia de que el feeling es la clave del asunto. Pero es que encima hablaba y escribía como Dios manda, si es que Dios se dedicase a los monólogos y los Whatsapp.  A mí un tío que me escribe con ingenio, y encima utiliza las tildes... uff. Que me pongan las tildes me pone, llamadme excéntrica. 

Fuimos a cenar y el chaval resultó ser una agradable compañía, otro punto más a su favor. Habló, y habló y habló de mil historias, con un sentido del humor muy afín al mío, cosa que no me pasaba con aquel otro hombre al que dejé ir. Eres un saco de cultura, le dije, y me confesó que era la primera vez que le echaban un piropo intelectual. Punto a mi favor. Se comportó muy caballerosamente y nada que objetar al respecto, sólo que si la chica se queda diez minutos hablando con vosotros en vuestro coche, con las llaves en la mano, es que quiere que haya beso. Científicamente demostrado.

No lo hubo, qué le vamos a hacer. Pero sí muchos mensajes posteriores, incluso desde lugares de vacaciones remotos, con fotos y todo. Fotos culturales, de cuadros y esculturas, porque soy una mujer con las vistas puestas más allá, según él. Demasiado intelectual el piropo, pero bueno. La cosa es que me tenía bastante en el bote, tanto tanto, que durante el tiempo que estuvimos hablando llegué a olvidarme un poquitín de aquél por quien bebo los vientos. Sobra decir que el susodicho es el Señor X, que en el olvido no está, y que como él, hasta el momento, ninguno.

El yogurín siguió con sus mensajes y sus fotos, pero algo no cuadraba. Pequeños detalles, comentarios contradictorios, frases que daban a entender que no era tan maduro como presumía. Actuaba como si supiera latín en cuestión de mujeres, no de forma ostentosa, claro, pero sí dejándolo caer. Y eso me tenía un poco mosqueada, como cuando entras en una habitación y hay algo fuera de lugar, descolocado. Una sensación de desconfianza.

Total, que un buen día dejó de escribir. Desaparecido en combate. Y me dio la sensación de que estaba poniendo a prueba sus infalibles (según él) teorías acerca de las mujeres. En concreto, la de una de cal y otra de arena. Así me lo dijo una noche cenando: "Es un truco viejíiiiiiiiiiisimo... pero funciona", y yo negué con la cabeza y le dije que conmigo no, que a mí no me van los hombres que te marean la perdiz. Creo que le pillé masticando el pollo frito y mi respuesta no fue procesada por su cerebro. Así que, con este comentario suyo en mente, me tomé su sequía de mensajes como un pulso hacia mi persona. Y a chula no me gana nadie, que soy de los madriles.

Decidí, con cierto pesar, he de admitirlo, que ser madura implicaba plantarse seriamente y ponerse firme en ciertos aspectos. Por ejemplo, el móvil. Se contesta cuando la otra parte interesada se interesa en preguntar. Las conversaciones se continúan cuando las dos partes están interesadas en continuarlas, no de manera unilateral. Así que si el yogurín pasaba de hablar, pues yo más. Puede parecer inmaduro mi intento de demostrar madurez, lo sé, pero ya he dicho más arriba lo de mis contradicciones involuntarias y bla, bla, bla. Madurar es difícil.

En fin, que el pulso sigue. La verdad es que ya casi ni es un pulso, desde hace un tiempo simplemente dejé de hacer fuerza, como si hubiésemos estado tirando de una cuerda y yo la hubiese soltado. Francamente me da igual si escribe o no, y supongo que eso significa que no era el hombre de mi vida. Nada nuevo mi desatino al elegir, pero escuece. Por otro lado, como me gusta sacar conclusiones de todo (ay ésa deformación profesional...), en mis ratos de ocio me he puesto a pensar en para qué me ha servido todo esto. ¿Eso hago en mis ratos de ocio? Eso hago. Bueno, eso y pilates, que estiliza la figura, dicen. Lo que he sacado en claro de mi experiencia con el yogurín ha sido lo mucho que echo de menos a ese hombre tan especial. Lo tuve un tiempo en stand by, porque me parece muy muy importante respetar el espacio vital de cada persona, y por supuesto que no invadan el mío. ¿Mensajitos a diario, aunque no tenga nada en particular que decir? Ni lo hago ni que me lo hagan, por favor. Y ahora ha vuelto a aparecer. Tiene un don para ponerme una sonrisa por sorpresa. Él es así, y ésa será otra historia...






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